Corrupción e impunidad son dos lacras inmensas. Para mí, las mayores de las últimas décadas y la razón de las enfermedades del mundo contemporáneo. Pobreza, insalubridad, narcotráfico, prostitución infantil, migrantes, refugiados y otros tristes, muy tristes avatares de la condición humana, son, en buena medida, consecuencias de la corrupción y la impunidad.
Corrupción e impunidad son realidades nefastas creadas y permitidas por la humanidad. Nada descubre la oración previa, simplemente traduce la realidad y nos responsabiliza de la cancerización de la sociedad y de la falta de remedios prácticos para paliar o erradicar esos males endémicos, esas plagas que azotan a la Tierra, a las especies animales y a la humana.
Recién terminó un año. Recién inicia el siguiente. Pienso en los sucesos de 2015 y no encuentro alegrías ni motivos de júbilo. Los termómetros de los políticos difieren de las realidades de sus gobernados y de las incurables heridas infligidas a nuestra casa, nuestra única casa, la que heredaremos a nietos y bisnietos, la Tierra. Justo antes de finalizar el año, los responsables del destino de la humanidad, los dignatarios, con más frecuencia indignos que dignos, se reunieron en París para signar acuerdos sobre el cambio climático.
Pomposamente los periódicos intitularon el jugoso acuerdo de los 195 países reunidos durante dos semanas con palabras elocuentes. Cito uno de ellos: Histórico acuerdo en la Cumbre de París contra el cambio climático. Histórico, ¿por qué?: ¿por haber llegado a un acuerdo, según me explica Iván Restrepo, conocedor del asunto, lleno de bemoles y de incisos poco claros, difíciles de cumplir y con compromisos más bien exangües que reales? ¿Histórico porque deberían haberlo hecho no en 2015 sino hace tres o más décadas? Entre asco y pena provocaron los abrazos de los líderes, de los meros líderes del mundo, al terminar la Cumbre. La Cumbre: ¿de qué? No sé: La fotografía final de la empinada cumbre —mejor con minúscula— de Hollande, Fabius y Ban Ki-Moon batiendo las palmas y satisfechos apena. ¿Por qué no otros Hollandes, Fabiuses y Ban Ki-Moones se comprometieron, hace tres décadas, en una reunión que hoy sí sería histórica por el tiempo en caso de que los propósitos se hubiesen cumplido?
Me remito sólo a ese suceso porque en las salas de París se reunieron tantas naciones que nadie podrá alegar falta de compromiso o desconocimiento. El cambio climático como ejemplo de un mundo desenfrenado en dónde la ética no ha logrado hacer nada, o casi nada, contra los rectores del mundo, y en donde la corrupción y la impunidad mundial, como fuentes de dinero, como acervo de Poder, privan sobre los intereses de la humanidad.
Los índices, manía humana para subsanar fechorías y exponer a otros, sirven de poco o de nada. Y no sólo no sirven, suscitan burlas y risas. ¿De qué nos sirve en México saber de ellos si no sólo nada cambia, sino que, siguiendo a Lampedusa, “Para que todo permanezca igual es preciso que todo cambie”? En nuestro país sí que hemos cambiado: han desfilado políticos del PRI, del PAN y del PRD, o lo que es lo mismo, del PriPanPrd y, corrigiendo a Lampedusa —¡perdón!—, “aunque todos los políticos en México han cambiado, todo ha empeorado”.
La organización Transparencia Internacional publica desde 1995 el Índice de Percepción de la Corrupción que mide, en una escala de cero (percepción de muy corrupto) a diez (percepción de ausencia de corrupción) los niveles de percepción del sector público en un país. En 2010 México ocupó el lugar 98 en la lista de 178 países; en 2014 ocupamos el lugar 103 de 175 naciones, además de ser el peor calificado de los 34 países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos; para los cincuenta o más millones de pobres o miserables mexicanos, víctimas de impunidad y corrupción, ¿para qué sirve pertenecer a esa organización?, y para los no pobres, ¿para qué nos sirven los índices?
No hay paliativos para disminuir la destrucción provocada por corrupción e impunidad. La suma de ambas es una suma lógica: quien es corrupto lo es por ser impune, y quien goza por ser impune corrompe. Esa suma pesa más que los esfuerzos de personas éticas. Si algo debe la ciudadanía proponerse en 2016 es restarle poder a esa nefanda suma.
Notas insomnes. La corrupción y la impunidad son graves delitos. Anteponer intereses propios a los de los gobernados es una fechoría nauseabunda.
Médico