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En la política, a veces hay puntos de inflexión cuando cambia la inercia y la carrera se gana o se pierde. Es posible —más no seguro— que la semana pasada haya sido el punto de inflexión en la carrera presidencial en Estados Unidos. Si Donald Trump pierde la elección en noviembre, recordaremos los eventos de estos días como el inicio del fin. Y si la gana, contra todo pronóstico, tendremos que reconocerle una habilidad para reinventarse que pocos tienen.
El clima de la semana fue, para empezar, adverso para el candidato republicano. Los demócratas salieron de su convención fortalecidos, con la apariencia de unidad y con algunos discursos de altura, en contraste con la convención republicana, que tuvo un perfil mucho más bajo de lo esperado. Las primeras encuestas le dieron a Hillary Clinton un aumento ligero en las preferencias.
Pero entonces, Trump empezó a hundirse solo. Primero criticó a los padres de un soldado estadounidense musulmán, quien fue asesinado en combate mientras defendía a sus colegas. Si bien los padres habían atacado al candidato republicano en la convención demócrata , cuestionando su patriotismo por querer excluir a los musulmanes del país, Trump no podía haber escogido un peor blanco de su enojo. Le llovieron críticas de demócratas, republicanos y grupos de veteranos de guerra.
Luego el candidato republicano enfocó sus baterías sobre un bebé que estaba llorando y su madre, en un mitin político, echándolos del mismo frente a las cámaras . Al mismo tiempo, declaró que si su hija fuera acosada sexualmente en el trabajo, tendría que defenderse cambiando de trabajo, al referirse a la polémica salida del presidente de la cadena conservadora de noticias FOX acusado de acoso a una periodista. Luego se distanció públicamente del presidente del Congreso, Paul Ryan, la figura republicana más popular entre las bases, y de dos senadores de su partido, indicando que no los iba a apoyar en sus campañas de reelección. Y, en una entrevista, indicó que no había peligro de un ataque ruso en Ucrania, aunque ya hay tropas rusas en ese país, lo que generó profundas dudas sobre su conocimiento básico de política exterior.
Al final de un periodo de 48 horas, había peleado con los veteranos de guerra, las mujeres, los republicanos tradicionales, los votantes preocupados por la seguridad nacional y los padres de familia, en resumen, una amplia gama de los votantes que decidirá la elección. Repitió también su propuesta de que México pague por un muro en la frontera, pero a estas alturas, estas declaraciones son tan comunes que nadie les presta atención, y su desventaja con los latinos es tan fuerte que no parece haber vuelta de hoja.
Llegaron más encuestas hacia finales de la semana que mostraban que Clinton estaba teniendo una ventaja de cinco o seis puntos, en promedio, sobre Trump, y llevando la ventaja en varios estados claves para esta elección. Líderes republicanos externaron su preocupación por el rumbo de la campaña y varios republicanos prominentes declararon que no votarán por Trump. Algunos cuestionaron su visión de Estados Unidos, otros su compromiso con la seguridad nacional y algunos hasta su estabilidad mental.
En un año normal estos hechos serían, sin duda, el fin de la campaña de un candidato, y los próximos meses sólo la crónica de una muerte (política) anunciada. Pero no es un año normal y Trump no es un candidato tradicional. Él ha logrado enarbolar los sentimientos de millones de estadounidenses preocupados por el rumbo del país y escépticos de la clase política, aunque no todos comparten todas sus posiciones.. Hoy en día este grupo parece ser una minoría importante, más no suficiente para ganar la Presidencia, pero no hay que descartar la posibilidad de que Trump pueda posicionarse de nuevo como el puntero en la contienda, empleando sus dones mediáticos y capitalizando el sentimiento contra la clase política en el país.
Hoy parece mucho menos posible que hace una semana, pero no por eso es imposible.
Vicepresidente ejecutivo del Woodrow
Wilson Center