Fue una semana dura para todos los que creen que la inmigración enriquece y fortalece a nuestras sociedades.

En Estados Unidos, la Suprema Corte dejó intacto un amparo que deja sin fuerza la acción ejecutiva del presidente Obama para legalizar a más de 5 millones de indocumentados. No era sorpresa, pero cerró el paso a la legalización por vía rápida, y regresó el debate migratorio estadounidense al terreno político. Sin duda, será uno de los temas de mayor discusión en la campaña presidencial, y sigue siendo un punto emotivo entre promotores y opositores a la migración, a pesar de la disminución de los flujos reales hacia Estados Unidos en recientes años.

Unas horas después, los ciudadanos del Reino Unido decidieron salirse de la Unión Europea, en parte alimentados por temores a la migración. El voto final fue cerrado, pero no tanto como se esperaba, y si bien la migración fue solamente una de las preocupaciones de los votantes que apoyaron la salida, fue de los temas más comentados y con mayor fuerza emotiva durante la campaña previa al referéndum.

Escandinavia también tuvo movimientos para endurecer la migración esta semana. En Suecia, uno de los países más abiertos a la migración, se anunciaron nuevas reglas para limitar el acceso al asilo. Mientras tanto, en Dinamarca se anunció la formación de un nuevo partido político que aboga por medidas más estrictas contra la migración —y busca desplazar al segundo partido más votado en el país, que es un partido antiinmigrante, pero no tan radical como quisieran los miembros de la nueva agrupación—.

Parece haber, en gran parte del mundo, una reacción potente contra la migración, que tiene su fuerza en ciertos sectores de Estados Unidos y Europa, pero también en algunos países de Asia y África. Parte de esta ola de rechazo radica en la xenofobia, el temor hacia el extranjero desconocido que no comparte las mismas costumbres, tradiciones y a veces valores. Con el incremento de la migración en las últimas décadas, los conflictos entre grupos distintos quizá no nos deban sorprender.

Pero no todo es xenofobia. También hay un miedo hacia la globalización en general, de la cual la migración es una parte. En un mundo cada vez más entrelazado, en el que ideas, productos y personas cruzan fronteras con mayor facilidad, hay entre muchos un temor de perder la identidad y tradiciones propias y hay, sin duda, ajustes difíciles en lo concreto. La globalización nos ha traído un mundo mucho más conectado y ha acelerado el crecimiento económico a nivel global, pero también ha destruido fuentes de empleo, acentuado las desigualdades y generado competencia entre grupos sociales.

Las soluciones populistas y xenófobas que culpan a los migrantes y buscan construir barreras contra otros países (sea un muro entre México y Estados Unidos o un rompimiento entre Reino Unido y Europa) no ayudarán a resolver esta problemática, pero es un llamado de atención para reconocer honestamente no sólo los beneficios de la globalización, sino también los desajustes reales que provoca, porque si no los atendemos se va creando un caldo de cultivo fértil para populistas y xenófobos. Lo urgente es iniciar un diálogo serio sobre las consecuencias —positivas y negativas— de la globalización.

Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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