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Cuando Donald Trump atacó al magistrado estadounidense Gonzalo Curiel hace unos días, diciendo que no podía ser imparcial en un juicio en contra de la universidad fundada por Trump porque es “un mexicano”, las críticas no tardaron en llegar. Y éstas llovieron no sólo del lado demócrata, como se esperaría en una campaña presidencial, sino de los aliados del candidato republicano. El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, calificó la declaración de racista, y Newt Gingrich, uno de los políticos más cercanos a Trump, declaró que no había excusa para lo que éste dijo. Por lo menos dos senadores republicanos anunciaron que no apoyarán a Trump como candidato presidencial y el líder republicano en el Senado pidió que Trump se retractara de lo que había dicho.
Es muy probable que Trump sobreviva esta semana en que le cayeron críticas de todos lados y recupere su inercia en la campaña presidencial. Ha mostrado ser un político hábil que sabe moverse en aguas turbulentas y ha redefinido las formas de hacer política en Estados Unidos. Pero este incidente mostró que también hay límites que no se pueden rebasar en la política sin peligro a hundir su ambición por llegar a la Casa Blanca.
En este caso fueron dos líneas que se cruzaron. Por un lado, el ataque frontal a un juez parecía borrar la sana distancia que existe entre el Poder Judicial y el Ejecutivo, en que los presidentes y gobernadores (y aspirantes a serlo) no deberían usar su poder para minar al Poder Judicial. En segundo lugar, y más importante aún, al atacar al magistrado Curiel, el candidato parecía impugnar la lealtad de un ciudadano estadounidense por su origen étnico. Trump dijo que Curiel, quien nació en el estado de Indiana, hijo de padres mexicanos, no podía ser imparcial porque era mexicano, mientras que Trump abogaba por construir un muro con México.
Este incidente ha sido aleccionador y tiene implicaciones mucho más allá de las declaraciones que hizo Trump esta semana. Por un lado, indica que si bien Trump está transformando las formas de hacer política en Estados Unidos, hay líneas que no puede cruzar sin que se hunda solo. Su éxito hasta ahora ha estado basado, en parte, en que hay muchos ciudadanos estadounidenses que perciben su tendencia a decir lo que se le ocurre como refrescante en un ambiente más formal, el de la política, les gusten o no algunas de sus declaraciones específicas. Pero parece que hay límites peligrosos de cruzar hasta para Trump, mismos que tienen que ver con impugnar ideas básicas de lo que es ser un ciudadano de EU, atentar contra los contrapesos legales del sistema, dos temas fundamentales en que se ha construido la vecina nación.
Pero también hay otra lección, y ésta quizás sea de interés en México también, y no sólo porque esto está pasando en un país vecino. Si bien la candidatura de Trump ha dejado salir al debate muchas ideas grandilocuentes, éstas también generan reacciones en contra, muchas veces de personas en su propio partido y en el debate público en general. Esto ha pasado asimismo en uno de sus temas favoritos, estrechamente ligado a lo que dijo sobre el magistrado Curiel, la idea de construir un muro en la frontera con México. En cada mitin político Trump hace referencia al muro y dice algo sobre los problemas de migración y comercio con México.
Si bien éstas pueden ser ideas altamente peligrosas para la relación entre vecinos (y ni que decirlo, falsas), también está generando una reacción mediática cada vez más notable de voces, muchas de ellas de sus aliados, contradiciendo lo que él afirma sobre la relación con México. Aunque los ataques a México desde un candidato presidencial en Estados Unidos son una amenaza, también son, sorprendentemente quizás, una oportunidad. Por primera vez, hay un buen número de políticos y líderes de opinión estadounidenses tomando postura sobre la relación con México, muchos de los cuales jamás antes habrían pensado en la relación con los vecinos.
Si esto resulta ser, en su totalidad, positivo o negativo dependerá mucho del resultado de las elecciones, pero ahora hay un momento en que la relación entre México y Estados Unidos está en el ojo del huracán en Estados Unidos. Cada crisis encierra oportunidades porque son los momentos que se pueden usar para definir nuevos rumbos. En este momento en que México se ha vuelto tema central de la campaña presidencial de Estados Unidos, ¿se puede usar este debate para redefinir, para bien, la relación entre los dos países? Aprovechar el momento requiere no sólo jugar a la defensiva, sino construir alianzas y alentar aliados, muchos ellos nuevos e inesperados y con ganas de participar.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson