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Cuando el reconocido chef Javier Plascencia empezó a planear su restaurante Misión 19 en 2008, Tijuana vivía el momento más difícil de la violencia que la azotó de 2007 a 2009. “Vamos a abrir en una época en que a lo mejor sólo hay cinco clientes”, pensaba Plascencia. Para cuando Misión 19 abrió al fin en 2011, la violencia había bajado y no sólo había una lista de espera, sino que el restaurante recibió cobertura amplia en medios nacionales e internacionales, incluyendo el New York Times y New Yorker, por su experimentación culinaria y su simbolismo como testimonio de una ciudad que resurgía.
Hoy Tijuana es casi irreconocible respecto de lo que fue hace veinte años. En el periodo de una generación se ha transformado lo que fue una ciudad de turismo barato y manufactura básica en un centro cultural y gastronómico, con economía basada cada vez más en la tecnología informática e industria manufacturera avanzada de sistemas de sonido, instrumentos médicos y otros productos de alto valor. Gran parte de las fábricas en la ciudad ya tienen liderazgo local, no extranjero, y muchos tienen sus propias operaciones de investigación y desarrollo con talento local.
Estos cambios en Tijuana también han llamado la atención de los vecinos de San Diego, que poco a poco han empezado a descubrir que juntos tienen un área metropolitana de más de cinco millones de personas, con una economía vibrante y complementaria y una oferta cultural única. Un esfuerzo desde el lado mexicano, Tijuana Innovadora, que celebra cada dos años los logros de la ciudad y que ha construido lazos con líderes en San Diego, ayudó mucho a que los vecinos descubrieran lo que tenían al lado.
Hace pocos meses se abrió un puente entre San Diego y el aeropuerto de Tijuana que permite que la ciudad estadounidense tome ventaja del aeropuerto más grande en la región, que está del lado mexicano y que incluye vuelos a Asia y otros destinos internacionales.
Pero hay mucho más que se podría hacer con una frontera más ágil. “Estamos haciendo tantas cosas juntos económica y culturalmente, pero lo podríamos hacer diez veces más rápido”, dice Malin Burnham, quizás el empresario y filántropo más reconocido de San Diego. Desde hace varios años se ha dedicado, con otros líderes de San Diego y Tijuana, a presionar para una mayor integración entre las dos ciudades, a través del grupo que formó, la Coalición para una Frontera Inteligente (Smart Border Coalition). Están convencidos de que la frontera puede ser segura, pero también fácil de cruzar, más un punto de conexión entre ellos que una barrera que los separa.
Pero no es el único grupo en San Diego dedicado a esto. También la Cámara de Comercio, que reúne a los líderes empresariales, y el Consejo de Gobiernos de San Diego, que reúne a los condados y ciudades aledaños, tienen grupos de trabajo que buscan unir esfuerzos con Tijuana, y el Consejo de Gobiernos alberga representantes de los gobiernos de Tijuana y de Baja California, y también un representante del gobierno mexicano en el Consejo mismo. Ya está asumido en ambas ciudades que su destino está ligado, y se ha llegado a debatir la idea de que algún día podrían ser sede conjunta de una Copa Mundial Binacional.
En un momento en que se está hablando mucho de muros en la frontera, la experiencia entre Tijuana y San Diego, las dos ciudades vecinas más grandes, es aleccionadora. En vez de querer alejarse, han descubierto que tienen mucho más en común hoy en día, y que juntos son más fuertes y dinámicos que separados.
El nuevo proyecto de Javier Plascencia es un restaurante en San Diego llamado Bracero en honor a los trabajadores campesinos que cruzaban la frontera, y en 2015 éste fue nombrado uno de las inauguraciones culinarias más importantes del año en Estados Unidos por Zagat. Contrario a la retórica política, hay cada vez menos distancia entre lo que pasa en un lado y otro de la frontera, y las ideas, las inversiones y las oportunidades de colaboración fluyen hacia el sur y hacia el norte.
En el debate sobre si se necesitan construir muros o puentes en la frontera, las ciudades de San Diego y Tijuana ya han dejado bastante clara su decisión.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson