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Finalmente el Senado estadounidense aprobó a Roberta Jacobson como embajadora en México, por unanimidad, después de meses de demora legislativa. Y llegará a México en los próximos días justo cuando Carlos Sada, recién aprobado por un más eficiente Senado mexicano, llega a Washington como el nuevo embajador. Son dos de los diplomáticos más conocedores y experimentados en cuanto a la relación entre los dos países, y llegan justo en un momento en que se necesitará de todo su talento para adelantar esfuerzos novedosos y creativos en medio de un contexto adverso.
Desde luego, han habido logros muy importantes en la relación bilateral en recientes meses, sobre todo en el manejo de la frontera, pero ambos llegan en medio de aguas turbulentas de los dos países. En Estados Unidos, las candidaturas políticas que prometen un muro en la frontera, deportaciones masivas de migrantes y un embate contra el comercio, han creado justos temores en México de una posible regresión en la relación bilateral. Mientras tanto, los escándalos de corrupción en México, aunados a un trato poco hábil con el Grupo de Expertos en el caso Ayotzinapa, han dañado la percepción de México en sectores claves de Estados Unidos. Los dos embajadores tendrán que lidiar con estos elementos poco favorables.
Pero también hay grandes oportunidades para su labor diplomática. Primero, para la Embajada mexicana, hay posibilidades de expandir aún más el trabajo de colaboración con los migrantes mexicanos y mexicano-estadounidenses en Estados Unidos, que, en el clima actual, en el país cobra una relevancia especial. Los consulados mexicanos están jugando cada vez más un papel esencial para dar a conocer los derechos que tienen los migrantes en ambos lados de la frontera y volviéndose aliados de sus gestiones aquí y allá. Los cambios que han permitido a los consulados expedir documentos de identificación han sido claves en esto, y esta semana el Congreso mexicano dio un paso adelante al fortalecer estas capacidades aún más.
Estas tareas van a volverse cada vez más una responsabilidad fundamental de los consulados de EU también, ya que hay una población creciente de estadounidenses en México, que probablemente ahora exceda a un millón de personas. Estos estadounidenses trasladados a México, algunos por opción de vida, otros por seguir a sus familiares mexicanos, son cada vez más un puente entre los dos países y pueden llegar a ser una fuente de ideas y conexiones en la relación bilateral, como han sido los mexicanos en Estados Unidos.
Y hay mucho más que se puede hacer para manejar y propiciar la integración que ya existe entre nuestros países, desde hacer más fluidos los trámites en la frontera y simplificar las reglas de comercio, hasta cooperar en soluciones a la migración de terceros países, hacer frente al crimen organizado internacional y promover espacios culturales cada vez más compartidos.
Si bien la coyuntura parece difícil, las oportunidades también son grandes y merecen no sólo acciones defensivas, sino propuestas de avance estratégico. Quizá la tarea más importante que enfrentarán los embajadores Sada y Jacobson es la de aportar a construir una narrativa convincente en ambos lados de la frontera, que ayude a recordarnos a todos nosotros lo importante de los lazos —sociales, económicas y culturales— que nos unen.
Y es muy posible que en algunos meses se transforme el terreno de batalla en algo mucho más favorable, si se derrotan las propuestas xenófobas en Estados Unidos, como parece probable, y en México se construyen esfuerzos para hacer frente a la impunidad. Podríamos cerrar el año en un contexto que fomente, en vez de obstruir, la mejor percepción y cooperación entre dos vecinos que están irremediablemente entrelazados. Ahora es el momento para sentar las bases de ese esfuerzo.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson