“[…] a veces nos inundan o nos quieren inundar con malas
noticias. Las buenas noticias
cuentan, y cuentan mucho.
Valen, y valen mucho”. Enrique Peña Nieto, 16 de agosto, 2016.

La sensación de ser incomprendidos, de no ser valorados lo suficiente por propios y extraños, es un síndrome que comparte la mayoría de los hombres del poder. Presente en todo tiempo y lugar, este padecimiento iría acompañado (causa y efecto) de una incapacidad notable para identificar, entender o conocer la realidad real. Casi podría fijarse en una fórmula: a mayor ejercicio de poder (político, social, económico), mayor la sensación de ajenidad.

Hasta hace muy poco, por tradición o inercia, se afirmaba que el presidente de la República era “el hombre mejor informado del país”. Yo no lo creo. Diría, incluso, que los presidentes suelen sufrir el más natural y sistemático alejamiento de la realidad. Enumero algunas de las posibles razones:

1) Porque el cúmulo de asuntos que reclaman la atención del Ejecutivo es inabarcable; en consecuencia, la Oficina de la Presidencia se encarga de procesar los informes, acuerdos, peticiones, etcétera, de distintas procedencias; con ellos se arman “resúmenes ejecutivos” que someten al visto bueno del primer mandatario. Sobra decir que en ese primer filtro (muchas veces, el único) domina la perspectiva, valoración e intereses de una persona o un pequeño círculo de funcionarios.

2) Porque los presidentes tienen una agenda saturada de actos protocolarios que les impiden dedicarse, seriamente, a atender sus responsabilidades. En ocasiones, pueden pasar meses sin recibir en audiencia a miembros de su gabinete. El tiempo nunca es suficiente para reflexionar, estudiar a fondo, planificar con serenidad, ajustar o componer los múltiples detalles y desperfectos de una maquinaria compleja. La dinámica del Ejecutivo, filtrada por los medios, sustituye al antiguo arte de gobernar.

3) Porque en sus giras por el país los presidentes son “secuestrados” por gobernadores, alcaldes o miembros del gabinete empeñados en presentarle una visión edulcorada de las comunidades que visita y las obras que inaugurará. De ahí que las porciones de México que llegan a conocer sean producto, en buena medida, de una magnífica puesta en escena (obras inconclusas, hospitales carentes de equipo y material, computadoras en escuelas sin energía eléctrica, etcétera).

4) Porque en sus viajes al extranjero, sea en visitas oficiales o de Estado, los presidentes son agasajados con discursos solemnes que elogian “el vigoroso liderazgo”, las “transformaciones históricas” y las “acciones ejemplares” que definen su gestión (siempre las hay). Práctica diplomática que endulza el oído del distinguido visitante, colma su ego y lo lleva a preguntarse por qué en México no se aprecia lo que en el exterior es tan evidente.

5) Porque la legendaria lambisconería de la clase política no tiene límites y los presidentes son la presa más apetitosa. Víctimas de la grilla palaciega, terminan convencidos de poseer talentos que ellos mismos jamás imaginaron: lucidez, clarividencia, visión de Estado, energía y patriotismo excepcionales. En la maniobra, por supuesto, faltas o yerros evidentes son subestimados o justificados por los cortesanos.

Si lo anterior es cierto, al menos en una porción razonable; si al Presidente lo encapsulan en un mundo mágico y le hacen creer que su gobierno es un prodigio de audacia, inteligencia estratégica y pasión visionaria, puede entenderse la molestia ante el “mal humor” colectivo que descompone el panorama idílico.

En tales condiciones, toda crítica o cuestionamiento bien fundado será visto como producto de la “mala leche” de antagonistas o grupos de interés “lastimados” por las “grandes” reformas; o simples “resentidos” que prefieren cultivar el “pesimismo”. En el mejor de los casos, se aceptará que el asunto se reduce a un problema de percepciones: el gobierno no ha sabido comunicar todo lo bueno que está haciendo para que los mexicanos vivan mejor.

Ante semejante diagnóstico no puede haber respuestas serias. Sólo queda incrementar el gasto en publicidad oficial, contratar mejores despachos para impulsar la marca México y mejorar la imagen del país en Estados Unidos… Y seguir viviendo, plácida o angustiosamente, en la burbuja.

Posdata. Lo inaudito fue el primer error, lo que siguió no podía ser diferente.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

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