Es una vieja costumbre. Los poderosos —en la política, los negocios, los deportes y otras actividades— se rodean de lambiscones que les mienten y reconstruyen la realidad. Así los van convenciendo de que poseen dotes únicas, superiores. Así van edulcorando su percepción del mundo.

En materia económica, el Presidente y su secretario de Hacienda nos dicen que vamos bien, que las reformas estructurales empiezan a sentirse en los bolsillos. Apenas en junio, el Presidente comentó ante la comunidad libanesa residente en México, que el “respaldo electoral” recibido por su partido obedece a que “la sociedad está advirtiendo y entendiendo los avances que está habiendo en el desarrollo de nuestra economía”. Pero, ¿de qué respaldo habla el Presidente cuando su partido perdió las gubernaturas de Nuevo León, Querétaro y Michoacán y sufrió mermas importantes en municipios y congresos locales? No sólo eso, en la próxima legislatura el PRI tendrá diez diputados menos que en la actual (213 contra 203), aunque la pérdida se compense con el avance de su comparsa Verde Ecologista.

¿Vamos bien en lo económico, aunque no lo parezca? México ha tenido un crecimiento mediocre por más de 30 años, el candidato Peña Nieto nos lo repitió a lo largo de su campaña presidencial, al tiempo que ofrecía generar un crecimiento vigoroso que produjera empleos bien remunerados. No obstante, durante su administración el crecimiento ha sido peor: 1.44% en 2013 y 2.1% en 2014, para un promedio de 1.77%. ¿De qué se habla, entonces?

Pudo haber sido peor, nos recordó esta semana el Presidente, al inaugurar una obra en el Estado de México. “A otras economías del mundo les ha ido peor… México, sin embargo, mantiene su ruta de crecimiento…” En efecto, se trata de un nuevo giro a la narrativa de la resignación.

En materia de seguridad pública, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, insiste en que estamos mejor. Pero la ola de sangre y muerte persiste en Morelos, Jalisco, Durango, Coahuila, así como en Tamaulipas, Michoacán, Estado de México y Guerrero, las extorsiones se multiplican y los secuestros no cesan.

En materia de corrupción, el Presidente nos anuncia que se está “domando la condición humana” con los recientes cambios jurídicos: “estableciendo límites, controles, obligando a la apertura”. Parece que la clase gobernante sigue sin entender que lo que podría cambiar el comportamiento de la gente no es la creación de normas sino la aplicación de la ley, el freno a la impunidad. Las revelaciones de las tranzas en proyectos de construcción tan costosos como el Viaducto Bicentenario (una obra de 4 mil millones facturada en 12 mil) realizada por la firma española OHL, son apenas un asomo a las prácticas que engordan las arcas de amigos y cómplices.

No haría falta “ajustarse el cinturón”; bastaría con poner un alto a la corrupción que desvía miles de millones de pesos y que se ejerciera el presupuesto con honestidad e inteligencia para poner en marcha una infraestructura que detonara el desarrollo y abatiera la pobreza en que viven millones de mexicanos.

No sin fuertes presiones de la sociedad, tras algunos resbalones censurados fuertemente por la opinión pública, el gobierno corrigió su estrategia frente a la CNTE y, por fin, se decidió a dar un golpe de mano que no sólo les da esperanza a miles de niños oaxaqueños de recibir la educación que merecen sino que abre la posibilidad de una rectificación mayor.

¿Habrá llegado el tiempo? Porque una lectura complaciente de la realidad, que pase por alto la irritación social y la desconfianza ciudadana por las instituciones democráticas, porta enormes riesgos. El principal: suponer que no hay necesidad de cambiar nada porque todo sigue siendo miel sobre hojuelas.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

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