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Hace una semana, el fiscal general del estado de Chihuahua, Jorge Enrique González Nicolás, provocó una tormenta mediática con la siguiente declaración: “Se ha establecido la posibilidad de una invasión que pudiera tener Chihuahua de uno de los narcotraficantes más conocidos del país, Rafael Caro Quintero. Tenemos información de que pretende venir para acá a disputar con el Cártel de Sinaloa parte de las acciones que ellos delincuencialmente realizan”.
¿De dónde sacó el señor fiscal la información necesaria para establecer esa posibilidad? Pues de reportes de “inteligencia militar”. ¿Y cómo llegaron a esa conclusión los analistas militares? No lo especifica el fiscal González, pero según Mike Vigil, agente retirado de la DEA desde al menos 2010 y citado en un reportaje sobre el tema, los datos provendrían de llamadas interceptadas a personas no identificadas, en las cuales se describiría un conflicto por el control del llamado Triángulo Dorado.
¿Y por qué el señor Vigil, agente retirado de la DEA, tiene acceso a información hipersensible de las fuerzas armadas mexicanas? Misterio.
¿Es absurda la teoría del fiscal de Chihuahua? No. Un reportaje en la revista Proceso, hace dos semanas, hablaba de lo mismo, del presunto regreso de Caro Quintero al narcotráfico y de un aparente conflicto con el Cártel de Sinaloa, en alianza con la banda de los Beltrán Leyva (y Los Zetas y el Cártel de Jalisco Nueva Generación).
¿Entonces se confirma el retorno de Caro a las ligas mayores del narcotráfico? No necesariamente. El reportaje mencionado se basa casi por entero en revelaciones de fuentes anónimas, presuntamente ubicadas dentro de la estructura criminal del Cártel de Sinaloa. ¿Son creíbles? Ni idea.
¿Pero el aparente incremento de la violencia en ciertas zonas de Sinaloa no corrobora la idea de una nueva guerra entre narcos? Tal vez sí, tal vez no. El incremento en el número de víctimas de homicidio en Sinaloa durante los primeros cinco meses de 2016 fue de 4.8%, la tercera parte de la tasa de crecimiento nacional. De hecho, en mayo, se registró una disminución en el número de víctimas en comparación con el mismo mes de 2015.
Asimismo, en toda la cobertura sobre el tema, no han saltado las dudas obvias.
Rafael Caro Quintero es un hombre de casi 64 años, cerca de la mitad los pasó tras las rejas. No goza de cabal salud, según reportes médicos oficiales. Mantiene, probablemente, algo de la fortuna acumulada en los 80: hace dos meses, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos incluyó en sus listas de control a una presunta pareja sentimental del capo y congeló sus activos en el país vecino. Asimismo, está en la mira de la DEA desde su inesperada liberación en 2013.
En esas circunstancias, ¿para qué lanzarse a una guerra? ¿Por qué querría ponerse una diana en la espalda y aumentar las probabilidades de ser recapturado y extraditado a Estados Unidos? Una cosa es traer encima a las autoridades y otra muy distinta es traer encima a las autoridades y al Cártel de Sinaloa. ¿El sexagenario Caro Quintero está dispuesto a correr ese riesgo adicional con tal de no pagar un porcentaje de sus exportaciones de drogas al Chapo Guzmán o al Mayo Zambada? Suena temerario, como mínimo.
¿Entonces hay que descartar las versiones de un regreso de Caro Quintero al narcotráfico y de una guerra contra sus otrora socios? No necesariamente. Cosas más extrañas han sucedido en la larga historia del crimen organizado mexicano. Pero en estos temas, el escepticismo siempre es sano. Más aún cuando la evidencia es escasa (por decirlo generosamente) y la teoría propuesta (el retorno de un belicoso narco-abuelo) es excepcionalmente extraña.
Analista de seguridad
@ahope71