¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuál fue la razón de Estado, el objetivo en materia de política exterior o en la relación con el vecino del norte? ¿A quién benefició esa visita?, nos preguntamos millones de mexicanos indignados e incrédulos por la visita del señor Trump a nuestro país.

En qué cabeza cabe invitar a un personaje que ha sembrado un discurso de odio y desprecio contra México y los mexicanos, quien ha afirmado: “No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a EU”. “México no se aprovechará más de nosotros”. “El más grande constructor del mundo soy yo y les voy a construir el muro más grande que jamás hayan visto. Y adivinen quién lo va a pagar: México”. “México no es nuestro amigo. Nos está ahogando económicamente”. “Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen drogas, crimen, violadores”. “Es una decisión fácil para México: hagan un pago único de 5 a 10 mil millones de dólares para asegurar que continúe el flujo de 24 mil millones de dólares (de remesas) al país al año”.

Por qué el Ejecutivo federal no tuvo la inteligencia de rechazar la idea de invitar a un candidato en declive en su campaña electoral y brindarle trato de Jefe de Estado en un lugar emblemático de nuestro país, la residencia oficial de Los Pinos, ubicada justamente en el lugar donde el 8 de septiembre de 1847, se libró una de las batallas más sangrientas de la guerra contra la invasión norteamericana, la Batalla del Molino del Rey, que fue definitiva para que posteriormente, el 13 y 14 de septiembre, cayera el Castillo de Chapultepec y posteriormente, el 20 de septiembre, la Ciudad de México, cuando el presidente Gómez Farías se rindiera ante el general Winfield Scott y el ejército invasor izara su bandera en el Palacio Nacional.

De aquellas batallas de amarga memoria surgieron héroes que la historia popular guarda en la memoria colectiva. Un joven cadete envuelto en la bandera nacional optó por la muerte antes que la rendición. Hoy la bandera nacional se tiende de tapete a un personaje non grato para los mexicanos.

El Ejecutivo federal continúa transitando por un derrotero de escándalos y errores sistemáticos y recurrentes: La casa blanca; el departamento en Miami; el plagio de su tesis de licenciatura; la impunidad a gobernadores corruptos como Humberto Moreira, Javier Duarte y Roberto Borge, en momentos en los que, de acuerdo con la encuesta de EL UNIVERSAL, el 63 por ciento de los ciudadanos rechaza su gestión.

No es para menos. De acuerdo con el IV Informe Presidencial, la violencia supera los niveles registrados durante el gobierno de Felipe Calderón, 78 mil 109 personas ejecutadas en 45 meses de gobierno; la estimación de crecimiento económico superará apenas el 2 por ciento en 2016; el recorte al gasto público en 2017 será de 300 mil millones de pesos; la fuga de capitales suma 11,400 millones de dólares. Durante el primer semestre del año la balanza comercial registró un déficit de 9 mil 900 millones de dólares. En los últimos tres años la deuda pública aumentó 33 por ciento y, se estima, cerrará el año en 468 mil 372 millones de pesos. México forma parte del grupo de las 20 economías más grandes del mundo, pero mantiene a más de 60 millones de mexicanos en la pobreza.

Nuestro país enfrenta una situación de vulnerabilidad y riesgo que, asociada a la violencia, la inseguridad y la creciente conflictividad social, ha creado un escenario de ingobernabilidad e incertidumbre, que ha puesto en evidencia las incapacidades institucionales para enfrentarla, profundizando la ausencia y debilidad de la figura presidencial, lo que obliga a plantear más que una rectificación, un cambio de régimen que encuentre una salida institucional y democrática a esta crisis y evite un escenario explosivo de cara a la sucesión presidencial.

La invitación a Trump representó una ofensa a la inteligencia y la dignidad de todas y todos los mexicanos, tocando una de las fibras sensibles de nuestra cultura, el nacionalismo, que durante décadas el neoliberalismo ha pretendido enterrar. Por lo que la respuesta a la pregunta: ¿en qué cabeza cabe?, es sencilla y preocupante: en ninguna, pues lo que sucede es que el gobierno federal y la conducción del país, no tiene cabeza.

Senador de la República

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