Dostoievski se refería a los desposeídos, pero el sentimiento es el mismo. Es humillación y ofensa lo que sentimos millones de mexicanos de todos los estratos sociales después del episodio protagonizado por Enrique Peña Nieto ante Donald Trump. El Informe presidencial y sus malas cuentas, a las que me referí en mi colaboración del lunes pasado, languidecen frente a semejante agravio. El encuentro del miércoles nos zahirió, ayudó a levantar la menguante campaña del candidato detractor de México y malquistó al presidente con la aspirante demócrata, quien probablemente ganará la elección en Estados Unidos. La fecha, el lugar, la capitulación presidencial, todo contribuyó a gestar la catástrofe.

Se cometió un yerro seminal: nunca se debió haber invitado a Trump y a Clinton. Si el primero aceptaba, como era de esperarse, solo quedaban dos posibles y parciales salvaciones: acordar con él que nos ofreciera disculpas por sus insultos y, si incumplía el acuerdo, encararlo con firmeza y reclamarle públicamente sus invectivas. Nada de eso ocurrió, y esa fue una segunda gran pifia. No hubo las debidas negociaciones con el republicano, quien impuso su agenda en ambos sentidos de la palabra -calendario y temas-: irrumpió en Los Pinos el día previo al Informe, tomó control de la conferencia de prensa y la hizo girar en torno al muro como hecho consumado, decidió qué y a quién responder y determinó cuándo ceder la palabra a un Peña Nieto empequeñecido, arrinconado, sin los arrestos para enfrentarlo. Fue un espectáculo denigrante, una vergüenza para todos los mexicanos.

Aquí se entreveran dos factores: racionalmente, el affair trumpiano fue producto de una estulticia; emocionalmente, provocó una deshonra. La indignación es generalizada porque las imágenes tocaron nuestras fibras más sensibles: un émulo de los peores gobernantes de la potencia que nos invadió varias veces aparece junto a símbolos de nuestra nación. El déspota xenófobo y racista que se ha cansado de injuriar y amenazar a los mexicanos llega a la residencia oficial en la víspera del mes patrio en un helicóptero de nuestra Fuerza Aérea para dictar sus términos con el escudo nacional a sus espaldas. ¡Carajo! ¿Cómo no evocar el “Mas si osare un extraño enemigo…”? ¿Cómo no enfurecernos al presenciar la actitud timorata de quien, en vez de defender el honor de nuestro país, apareció como virtual encargado de un acto proselitista del candidato gringo que quiere dañarnos? El titular del Ejecutivo no tenía derecho a equivocarse en ese contexto; tenía la obligación de confrontar a su insolente interlocutor y decirle que repudiamos el muro, que ha ofendido a miles de compatriotas honrados y trabajadores que migran al norte para ganarse la vida y ayudan a la economía vecina. A los ojos del mundo él nos representa, y lo menos que podía hacer es adoptar una postura digna y enérgica. Un hombre de Estado no confunde prudencia con pusilanimidad.

Todo indica que la reunión fue obra de Luis Videgaray, quien querría “calmar los mercados”. Si eso es cierto, su jefe tiene que destituirlo, so pena de arrostrar solo el costo político de una estupidez mayúscula que acabó estigmatizándolo aún más y haciendo que muchos nos avergoncemos de él. Cesar a Videgaray, no a pesar de ser el factótum político y financiero de su gobierno sino precisamente por ello, sería la única medida que podría mitigar el desastre. La propuesta de ganar-ganar resultó en una situación de perder-perder: si el impulso que Trump recibió en Los Pinos detona su repunte y gana las elecciones -después del discurso de Arizona nadie se tragará la tontería de que se va a portar mejor con nosotros-, su error histórico se va a proyectar globalmente y le va a ir mal; y si la triunfadora es Hillary -quien evidentemente está muy molesta- también le va a ir mal. Es decir, nos va a ir mal.

¿Cómo le hará para gobernar dos años un presidente que a causa de escándalos de corrupción y de la debacle del 31 de agosto ha perdido el respeto de la inmensa mayoría de los mexicanos, incluidos los miembros de su gabinete que evaden responsabilidades? En primera plana de ayer El Universal publica una nota sobre el izamiento al revés de dos banderas de México, y señala que la Sedena indaga si fueron soldados quienes cometieron esa falta para castigarlos. ¿Y la idea de traer a Donald Trump no puso a nuestra Patria de cabeza? ¿No habrá castigo para quienes nos dejaron humillados y ofendidos?

Diputado federal del PRD - @abasave

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