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Sorprende el optimismo desbordado, la ausencia de autocrítica y la profunda evasión de la realidad que devela el discurso del presidente Enrique Peña Nieto al encabezar el 88º aniversario del PRI, en momentos en que su índice de aprobación alcanza un mínimo histórico.
En el escenario nacional se profundiza la incertidumbre derivada de su errática actuación ante los agravios del presidente Trump, quien cumple sus amenazas: cierra las fronteras a productos mexicanos; revierte las inversiones norteamericanas en México; proyecta la construcción del muro; persigue y deporta a los bad hombres y a los jóvenes dreamers.
Pese a la orfandad en que se encuentra la tecnocracia mexicana tras el derrumbe del paradigma neoliberal en Estados Unidos, se insiste en mantener un modelo que, lejos de alentar el mercado interno y diversificar nuestras relaciones económicas con otros países y regiones del mundo; se persiste en los gasolinazos, el incremento en los precios del gas y de la luz, y en los recortes presupuestales, llevando a la economía al borde de una recesión, como lo demuestran los estudios realizados por la Cepal y distintas firmas privadas, que estiman, en el mejor de los casos, un crecimiento del 1.8 por ciento para 2017, al registrarse caídas significativas en los índices de confianza, de crecimiento del mercado, en las ventas, precios y empleos.
La desigualdad se profundiza, la violencia aumenta, las complicidades y la corrupción asociada a la política y los negocios se mantiene impune. Lo importante para el Presidente y su partido, es mantener el poder: “Nosotros los priístas, y está en nuestra genética, siempre salimos a ganar”. “Nuestro único plan y nuestra única estrategia debe ser ganar y ganar por México”, subrayó Peña Nieto en su discurso, y para ello no habrá limitación alguna.
Y recurre a la añeja afrenta: “Hoy nuevamente hay riesgos de retroceso. Al igual que hace seis años, están resurgiendo las amenazas que representan la parálisis de la derecha o el salto al vacío de la izquierda demagógica”. “Lo que está en juego es mucho más que una elección; lo que se estará decidiendo en las urnas este y el próximo año es, literalmente, el futuro de México”.
Se avecinan tiempos difíciles. Todo indica que lejos de enfrentar el escenario adverso por cauces democráticos, la tentación de una salida autoritaria gana terreno.
El derroche de recursos; la onerosa cooptación de “dirigentes” partidarios, diputados locales y presidentes municipales; la identificación del voto opositor casa por casa; la compra de conciencias; la intimidación, y la operación política de los gobiernos federal y local en las secciones electorales del Estado de México, son, ya, los signos distintivos de la elección mexiquense.
La pretensión de dotar de un marco legal a las Fuerzas Armadas para justificar la participación en las tareas que competen a la autoridad civil a fin de “mantener la seguridad interior del país”, y de reformar la Constitución antes del inicio formal del proceso federal para establecer la segunda vuelta en la elección de Presidente, ante el crecimiento de las preferencias por Andrés Manuel López Obrador, a manera de desafuero preventivo, dan cuenta de la apuesta autoritaria.
El país de nunca jamás, donde la realidad se quiere someter a los designios del Presidente en turno, se encamina a la polarización política, lo que demanda una acción firme de nuestra sociedad para impedir el colapso de nuestra precaria democracia.
Senador de la República