Más Información
Ministros salientes se toman última foto oficial; ausentes Yasmín Esquivel, Loretta Ortiz y Lenia Batres
Comité de Evaluación del Poder Judicial publica convocatoria para elección 2025; examen será en enero
CCE reacciona a amenaza de Trump por imposición de 25% aranceles; “están en campaña, hay que esperar"
Francia expresa deseo de invertir “aún más” en México; embajada firma cartas de colaboración con sector empresarial franco-mexicano
Diputados instalan Comisión de Seguridad Social; buscan reformar leyes para garantizar recursos suficientes a IMSS e ISSSTE
Sergio Gutiérrez Luna sostiene reunión con Lenia Batres; discuten reforma judicial y convocatoria de jueces
A 50 años del movimiento estudiantil del 68, Sergio Zermeño, entonces estudiante de la carrera de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM —y hoy investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de esta casa de estudios— considera que el movimiento estudiantil del 68 tuvo unas causas estructurales y otras inmediatas. Entre las primeras destaca la evidente contradicción entre el autoritarismo estatal y la sociedad que venía modernizándose. A finales de los años 50 y principios de los 60, varios movimientos sociales fueron reprimidos, lo cual mostró la disfuncionalidad del Estado, producto de la Revolución Mexicana.
“Sí, en 1958, cuando los ferrocarrileros exigieron mejores condiciones de trabajo, López Mateos respondió ofendido; y en 1965, cuando los médicos exigieron lo mismo, Díaz Ordaz respondió de la misma manera. En cuanto a los movimientos universitarios de principios de los años 60 (en Sonora, Coahuila, Chihuahua, Michoacán…), también fueron reprimidos. No hay que olvidar que Elí de Gortari, rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo fue destituido en 1963 (después, en 1968, sería encarcelado y pasaría tres años en Lecumberri). Ése fue el ambiente general en que estalló el movimiento estudiantil del 68”, señala Zermeño.
Por lo que atañe a las causas inmediatas de éste, son, a decir del autor de México: una democracia utópica. El movimiento estudiantil del 68, ridículas: estudiantes de una preparatoria particular y de dos vocacionales del Instituto Politécnico Nacional se pelearon en la plaza de la Ciudadela tres meses antes de los XIX Juegos Olímpicos y entonces apareció, de nuevo, el Ogro, que reprimió irracionalmente tanto a los jóvenes rijosos como a sus profesores.
“A la distancia son obvias las provocaciones que echaron a andar el movimiento estudiantil. La más patente, quizá, fue la manifestación organizada el 26 de julio por grupos politécnicos propriístas con el pretexto de la represión, pues confluyó con la tradicional manifestación convocada por el Partido Comunista Mexicano para conmemorar el asalto al Cuartel Moncada, en Cuba. Sorpresivamente, los estudiantes del Poli fueron llevados al Zócalo, donde ‘encontraron’ material para reproducir las noches de las barricadas francesas. Se enfrentaron durísimo con los granaderos. Fue una golpiza tremenda en la zona del primer cuadro de la ciudad. A 50 años de distancia es claro que hubo una provocación. ¿De dónde provino? Es una buena pregunta.”
Declaraciones de García Barragán
El Ejército se posesionó del centro, azuzado por Luis Echeverría, secretario de Gobernación, quien daba voces de alerta de que venían a la ciudad 15 mil estudiantes por una carretera y 10 mil por otra. Estas declaraciones de Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, constan en los documentos que entregó a Julio Scherer y Carlos Monsiváis, y que se publicaron en el libro Parte de guerra. Tlatelolco 1968. Documentos del general Marcelino García Barragán. Los hechos y la historia.
Ahí, García Barragán dice: “[…] recibo alarmantes datos y noticias del secretario de Gobernación, diciéndome que tenía que entrar el Ejército a calmar a esos estudiantes. Todo falso.”
El Ejército tomó posición frente a los estudiantes en el centro y de un bazucazo derribó el portón de la Prepa de San Ildefonso. De acuerdo con García Barragán, cuando los soldados entraron en ese recinto escolar, había unos cuantos estudiantes lastimados que fueron remitidos a la enfermería. Pero, en esos días, nada justificaba la presencia del Ejército en el centro de la ciudad, ni mucho menos la utilización de una bazuca contra una escuela.
“En fin, hay muchos elementos incomprensibles-comprensibles que 50 años después comienzan a configurar una hipótesis más sólida tanto de los inicios del movimiento estudiantil como de la tragedia del 2 de octubre, otro momento demencial”, dice Zermeño.
La “revuelta” del rector Barros Sierra
De pronto, el 1 de agosto desaparecieron los granaderos, la policía y el Ejército, y durante todo agosto los estudiantes pudieron hacer en la ciudad lo que se le pegó la gana. Sin duda, las provocaciones se identificaron dentro del aparato gubernamental y se suspendió toda actividad represiva para que hubiera calma y así se llegara a un acuerdo. Sin embargo, esto era complicado en el ambiente en que se vivía.
A Díaz Ordaz le molestó el hecho de que Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, hubiera izado la bandera nacional a media asta en señal de luto y protesta por la violación de la autonomía universitaria, y encabezara una manifestación.
“A esta ‘revuelta’ del rector le debemos que el movimiento estudiantil hubiera pasado del primer peldaño al cuarto, de los 10 que ascendió. Ese momento fue de gran importancia.”
Se formaron la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas, en la que participaban Heberto Castillo, Ifigenia Martínez, Manuel Peimbert y Víctor Flores Olea, entre otros; así como la Alianza de Intelectuales, Escritores y Artistas, liderada por José Revueltas y Carlos Monsiváis. Ambas alentaban la salida negociada del conflicto.
Pero en la manifestación del 27 de agosto, Campus Lemus tuvo la ocurrencia de decir aquello de “vamos a esperar aquí a que el presidente dé respuesta a nuestro pliego petitorio durante su informe presidencial el 1 de septiembre”, y se izó una bandera rojinegra en la Plaza de la Constitución. Esa misma noche aparecieron los tanques. Y al otro día, durante una manifestación de desagravio a la bandera nacional, se reprimió a los burócratas convocados, pues éstos se le “voltearon” al gobierno, y la provocación se intensificó. Las escuelas y vocacionales fueron ametralladas; los líderes, perseguidos. Agosto dejó de ser la fiesta libertaria y se convirtió en el inicio de la tragedia.
En los primeros días de septiembre, el ambiente ya se sentía muy cargado. Hubo diversos intentos de establecer un diálogo. Echeverría declaró: “Lo intentaremos.” Pero la intención de arreglar el conflicto no era real. Y el 18 de ese mes, el Ejército ocupó CU.
“García Barragán y otros dijeron que pretendían detener a los líderes del Consejo Nacional de Huelga en el momento en que sesionaran en el auditorio de la Facultad de Medicina, porque tenían noticias de que aquí, en CU, había armas. El Ejército ocupó CU en la madrugada del 18 de septiembre sin encontrar ninguna arma”, indica Zermeño.
El 2 de octubre
El miércoles 2 de octubre, tres armas del Ejército se concentraron, con órdenes diferentes, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco: los guardias presidenciales, los batallones del Ejército regular y el batallón paramilitar Olimpia.
En el tercero y cuarto pisos del edificio Chihuahua estaba el batallón Olimpia con la orden de detener a los líderes del movimiento estudiantil; en la azotea del templo de Santiago Tlatelolco había francotiradores con una capacidad de fuego sorprendente que no eran estudiantes; y en el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores también había militares.
Sergio Aguayo y Carlos Montemayor llegaron a la conclusión de que había entre 5 y 7 mil personas atendiendo el mitin y más o menos 5 mil elementos de la policía, de la federal de seguridad, del Ejército, francotiradores al acecho…
“Echeverría mandó filmar el mitin y lo que resultó fueron ocho o 10 horas de filmación, según Servando González, el cineasta que contrató. Dicho material llegó a la Secretaría de Gobernación esa misma noche, según Montemayor. Después se editaron algunas partes. ¿Dónde quedaron esas ocho o 10 horas de filmación?”, pregunta el sociólogo de la Universidad Nacional.
Participación de la CIA
Zermeño está convencido de que hay elementos para suponer que la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su siglas en inglés) de Estados Unidos pudo haber infiltrado el movimiento estudiantil del 68.
“Distintos analistas aseguran que López Mateos y Díaz Ordaz tenían comunicación fluida con Estados Unidos y eran de su confianza. Así que pensar que la CIA metió la mano es pensar correctamente, porque, debido al espectro de la Revolución cubana y a la desestabilización generada por el movimiento estudiantil, sobran los datos que confirman que en esos dos sexenios hubo interés, por parte de algunos sectores estadounidenses, de que en México se instaurara un régimen militar.”
En esa época, la totalidad de Latinoamérica, excepto uno o dos países, estaba dirigida por militares. Y México fue la única nación, bajo la administración de López Mateos, que se abstuvo de romper relaciones diplomáticas con Cuba.
“Díaz Ordaz, con su compulsión represiva, se mantuvo como una pieza confiable para Estados Unidos; con todo, el embajador estadounidense le propuso a García Barragán suspender las garantías individuales el 3 de octubre, pero éste no aceptó”, apunta el sociólogo.
¿Genocidio?
Hace unos años, al frente de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, Ignacio Carrillo Prieto investigó si la masacre de Tlatelolco podía calificarse de genocidio. Al respecto, Zermeño expresa: “Carrillo Prieto hizo un buen trabajo; recopiló datos que después fueron de mucha ayuda para esclarecer el suceso. Ahora bien, en la medida en que diferentes fuerzas bélicas y de la muerte se congregaron esa tarde en Tlatelolco, se volvió difícil hacer la acusación de que sólo el Ejército ejecutó la matanza. Eso debilitó la hipótesis de un genocidio puro y simple, aunque quizá nuevos datos puedan precisar este asunto. El enfrentamiento entre las fuerzas del orden fue bárbaro. Hay imágenes en las que se ve a la gente, en plena balacera, correr hacia el Ejército, buscando protección, porque del otro lado estaban disparando... En medio había más de cuatro intereses políticos con vistas hacia la sucesión presidencial de 1970. Uno de ellos, así lo podemos deducir de la concatenación de provocaciones, era descalificar a los militares como candidatos a la presidencia de México. ¿Quiénes tenían la posibilidad de serlo? Esta pregunta no la quiero contestar; lo hicieron varios dirigentes del 68 a los que cito en Ensayos amargos sobre mi país. 1968, cincuenta años de ilusiones (Siglo XXI Editores), el libro que pronto estará en librerías.”