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El encuentro en Palacio Nacional entre el presidente Enrique Peña Nieto y el ganador de la elección presidencial, Andrés Manuel López Obrador, fue la culminación de un largo diálogo que los dos personajes iniciaron, a través de mensajeros, desde dos meses antes de los comicios del 1 de julio, con miras a preparar el terreno para lo que, ya desde esa fecha —principios de mayo de 2018— reconocían como “inevitable” en Los Pinos con base en las encuestas internas de la Presidencia: el triunfo del candidato de Morena en los comicios presidenciales del domingo.
Había fracasado ya el intento de los empresarios del Consejo Mexicano de Negocios por convencer al presidente de una declinación del PRI en favor del panista Ricardo Anaya. Peña se negó rotundamente a la propuesta empresarial a favor de Anaya y reviró que sólo aceptaría una candidatura única si la encabezaba José Antonio Meade. Fue por esas fechas, a mediados de mayo cuando sus encuestadores le dijeron a Peña que la ventaja de López Obrador se volvía cada vez más amplia y que sin alianza con un candidato único iba a ser imposible ganarle y el mandatario ya no dudó y dio la instrucción de buscar un diálogo directo con el tabasqueño.
El canciller Luis Videgaray fue el encargado por Los Pinos para buscar el contacto y del lado de López Obrador se designó a Alfonso Romo. Comenzó así la comunicación directa a través de la cual se empezó a hablar de los “términos” políticos en los que se daría, una vez consumado el triunfo del tabasqueño, el reconocimiento de la derrota por parte del PRI, los mensajes de felicitación y el arranque de una transición “tersa y ordenada” entre los dos personajes.
Ya para entonces el presidente sabía, por sus propias encuestas, que el candidato del PRI no tenía ninguna posibilidad y lo único que preocupaba a Los Pinos era cerrarle el paso a cualquier posibilidad de crecimiento de Ricardo Anaya, para lo cual se recrudeció la cacería jurídica y política contra el candidato del Frente con los videos donde Juan Barreiro lo incriminaba en un presunto financiamiento ilícito a su campaña, la denuncia de Ernesto Cordero ante la PGR y el envío del expediente del presunto lavado de dinero a la Comisión Permanente, todo para evitar que el panista atrajera a los votantes indecisos.
Con Anaya cercado y Meade aniquilado, el crecimiento de López Obrador, ya para entonces imparable, fue en aumento. En algunos estados al PRI se le pidió mover a sus operadores para reforzar la estructura de Morena y garantizar, sobre todo en entidades donde el Frente por México estaba fuerte, que se abriera la ventaja a favor del lopezobradorismo, a fin de restarle la mayor cantidad de votos posibles a Anaya. El resultado de todo eso, combinado con el fenómeno en el que ya se había convertido Andrés Manuel, hizo que la ventaja se volviera más amplia hasta llegar al “tsunami” morenista y lopezobradorista que el domingo de las votaciones arrasó prácticamente con todo el país en la elección presidencial, los distritos federales y las senadurías, los estados y hasta los municipios y Congresos locales.
Peña Nieto sabía que la ola de López Obrador era imparable y prefirió montarse en ella y administrar la debacle que, ya sabía, venía para su administración y para su partido. La pregunta es qué tanto se acordó o negoció en las pláticas entre Romo y Videgaray, y cuánto de eso se volverán acuerdos que le garanticen al presidente saliente su tranquilidad al terminar su sexenio.
NOTAS INDISCRETAS… Ayer José Antonio Meade citó a varios operadores regionales y estatales de su campaña. Los recibió en privado para agradecerles su apoyo, decirles que se tomaría 15 días de vacaciones y pedirles que se tranquilizaran para dar tiempo a entender qué pasó tras los resultados estrepitosos del domingo. “Hay que esperar a que terminen de bajar las aguas que dejó el tsunami para ver qué hay en el fondo”, le escucharon decir algunos de los priístas al candidato… Esos 15 días que pidió Meade a sus operadores, es el plazo que están mencionando en el PRI para “tomar las definiciones”, convocando a un Consejo Político en el que se decida una nueva dirigencia. Y la ruta trazada desde Los Pinos, que operan desde ayer con la reunión de René Juárez con gobernadores, lideres parlamentarios y de los sectores, es una nueva presidencia encabezada por Mikel Arriola, a quién pretenden impulsar “por ser un gran candidato”. El problema es que del otro lado, varios tiburones priístas también están afilando los dientes para, en dos semanas, lanzar el ataque para buscar la expulsión de los “neoliberales” y del peñismo del control del PRI… Mientras ayer, en una primera reunión de la que será la bancada priísta más pequeña en San Lázaro, 15 diputados electos pidieron que Enrique Ochoa “renuncie a la curul plurinominal que se autoasignó siendo dirigente” porque no lo quieren en su bancada. Y eso que no se acordaron que Ochoa también metió de pluri, en el número 5 a su secretaria, Myrna Torres, que ni militante ni política es, pero eso sí tomaba muy bueno dictados… Se lanzan los dados. Serpiente doble.
sgarciasoto@hotmail.com