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1. El 19 de septiembre del año 2017 una laja se reacomodó a 57 kilómetros de profundidad del planeta Tierra y en su superficie, en el sexto piso de un diminuto edificio, el té en la taza dispuesta ante mí en una mesa, un lago circular, centimétrico y dorado, se agitó.
Desvelada luego de un vuelo trasatlántico, extrañada por la agitación del té, me llevé la taza a los labios y entonces las paredes de la sala crujieron. Del techo empezó a llover polvo de cal. El té se moteó de blanco mientras lo depositaba en la mesa que empezó a saltar como un animal bronco.
Era la irrupción de la Realidad interminable en nuestras pequeñas vidas solitarias.
Adriana corrió desde su escritorio a la puerta de cristal del piso de cubículos de la oficina de Fonart, pero antes de llegar una pared cayó frente a ella como una guillotina gigante, se volvió y otra pared cayó frente a ella, cerrándole la retirada.
Con un PLAZ estruendoso el techo cayó y tumbó a doña Paula en su departamento. Se quedó tendida y encerrada en los 30 centímetros entre el techo y el piso de duela. Su perrito Bomba, un french poodle miniatura, se acercó a ella ladrando lleno de angustia. Tranquilo, le dijo, y alargó la mano para acariciarle el pelambre blanco. ¿Dónde estaba Dios para acariciarle a ella el lomo?
A un año del sismo, pido un minuto de silencio este 19 de septiembre a las 13:14 en punto, para recordar ese otro minuto en el que redescubrimos nuestra verdadera talla, la de unas criaturas insignificantes y desamparadas sobre la faz de un planeta inmenso.
2. Lo vieron los ojos de millones, incluidos tal vez los ojos de quién esto lee. Yo agrego a lo sucedido solo dos metáforas que ordenen el relato. El Hormiguero y la Pirámide.
Fue así.
Diez minutos después de la sacudida, organizados por perfectos desconocidos que salieron nadie sabe de dónde, tú y yo y ustedes y ellos: nosotros, estábamos ya formando cadenas en la calle para pasar de uno a otro materiales de primeros auxilios, cajas de botellas de agua, pedazos de pared, pedazos de piso. Los salvamentos y los cascajos.
El supermercado de cada colonia desactivó sus cajeros y dejó que los voluntarios vaciaran sus repisas para alimentar las cadenas. Los rescatistas civiles treparon a las azoteas de los edificios arruinados a cerrar las llaves de los tanques de gas y luego se adentraron entre las ruinas, verídicos ángeles vestidos de monos naranjas. Twitter se volvió un hormiguero de información instalado sobre el Hormiguero humano y los centros de acopio de víveres se multiplicaron a lo largo y ancho del territorio que llamamos México. En menos de 10 horas un orden desordenado y sumamente activo se había instalado en el Hormiguero, que respondía instintivamente a las necesidades lejanas o próximas, sin requerir de un control central.
A un año del sismo, pido un minuto de silencio este 19 de septiembre a las 13:14 en punto, para recordar esos otros minutos en que nosotros nos reconocimos como lo que fuimos en el pasado, o lo que seremos en el futuro, o como somos a diario debajo de la enajenación a la que nos somete la organización piramidal política: la especie más gregaria del planeta, un hormiguero cuyo instinto natural es la cooperación.
3. Y la Autoridad, ¿dónde diantres estaba la Autoridad? Esa gente a la que le cedemos parte de nuestro dinero y nuestra libertad a cambio de que administren nuestro Bien Común.
La Autoridad se pasmó un día completo. Otro día completo se tardó en estructurar un plan y luego girar sus órdenes desde la cima a la base. Al tercer día los soldados irrumpieron en los centros de acopio y en las cadenas humanas para tomarlos bajo sus órdenes y las patrullas de policía cortaron en las carreteras el paso a los tráileres civiles que transportaban víveres a las poblaciones damnificadas, para indicarles otros destinos.
Al cuarto día apareció por fin en las pantallas del Hormiguero el presidente Peña Nieto. Bien peinado con gomina, disfrazado para la ocasión en una chamarra deportiva Ferragamo, presidiendo una mesa cuadrada con 30 ministros y vice-ministros, giró instrucciones precisas, prometió salvamentos instantáneos y de largo aliento, y solo una vez en una ceremonia de una hora nos mencionó a nosotros, la sociedad civil, y solo para pedirnos que desalojáramos los sitios de la tragedia y dejáramos hacer a la Autoridad.
Según su mapa mental estorbábamos, porque su mapa mental era la de una Pirámide desplomada, que urgía reedificar.
Y en efecto fuimos retirándonos del desastre en los próximos días, es decir los que pudimos y en la medida de nuestro daño. Yo salí del hospital sin tener donde dormir, sin departamento y sin nuestra casa de Chiconcuac, con la coxis desviada y la manos ampolladas por el trabajo en las cadenas humanas, y en un hotel de Morelos me senté a hacer lo único que sé hacer: escribir una crónica que publiqué en este espacio. Adriana se quedó encerrada en su tumba viva en un piso 25 durante tres semanas, hasta que un agujero sobre su cabeza se abrió de pronto y un rescatista la tomó por ambos brazos y la sacó a la luz, recién nacida a los 30 años. Doña Paula por su parte se sumergió en las aguas frescas y radiantes de la muerte. Su perrito Bomba fue llevado al hogar de su sobrina Ana.
Fue por esos días en que los presidentes del PRD, MC y el PAN, sentados codo a codo y constituidos como un Frente político, prometieron desde las pantallas cientos de miles de millones de pesos de nuestros impuestos para el rescate de nuestros inmuebles dañados, ah magnánimos. Morena prometió un fideicomiso civil para el auxilio. El Congreso prometió otro fideicomiso. Lo antes dicho, el Gobierno había prometido igualmente cientos de miles de millones para la reconstrucción.
Dinero, dinero, dinero: a eso había venido a degradarse el lenguaje de nuestras autoridades: solo supieron hablarnos de dinero.
A un año del sismo, pido un minuto de silencio este 19 de septiembre a las 13:14 en punto, para recordar también esos otros minutos en que la pirámide del Poder se fue rearmando y todavía sin fachadas le vimos el andamiaje: su terror a los ciudadanos organizados, la incapacidad de trabajar hombro a hombro con la gente, la promesa de regar nuestro dinero sobre nuestra desgracia como única idea social, el instinto de Poder como único instinto, las fuerzas militares y policiacas como brazos de violencia contra el Hormiguero.
4. El dinero del Frente nunca llegó a nadie. Tampoco el del Congreso. El dinero del Gobierno federal llegó mermado en dos terceras partes: en sus sucesivos niveles fue siendo hurtado por los funcionarios de la Pirámide.
Ya lo sabíamos. Además de tener una Autoridad rígidamente piramidal, tan lenta como la pirámide de Keops, teníamos una Autoridad mentirosa y ladrona, e incapaz de compasión. De sufrir con nosotros. Pero entendimos las consecuencias terribles de ello gracias al sismo.
A un año del sismo, pido un minuto de silencio este 19 de septiembre a las 13:14 en punto, para recordar también el minuto preciso en el cual, dentro de la privacidad de una casilla para votar, uno de cada dos electores decidimos provocar otro sismo, ahora en la Pirámide: mandar al carajo a los viejos partidos y jugarnos la suerte con un partido cuyo único mérito seguro es que es nuevo y cuya promesa más revolucionaria es no mentir, no robar y no traicionar.
5. Hace dos días entré a mi antiguo departamento. Las paredes desnudas, con el cemento y las varas de acero a la vista. Ni un mueble. Y junto a una columna, en el piso, la taza de té. Vacía. Misteriosamente entera.
Fui a la cocina y la lavé en el grifo. Encontré en la alacena una bolsita de té de canela, la cafetera eléctrica, una botellita de agua, un sobre de azúcar morena de Celestún. Metí a remojar en el agua caliente de la taza la bolsita de té. Vacié el sobre de azúcar.
Y en la sala, de pie, retomé aquello que interrumpió el sismo del 19S del 2017: beber una taza de té.
Pero yo no era ya la misma. En cada sorbo, aprecié lo que le debía al Hormiguero. La cadena de vidas que cooperaron en depositar en la alacena una bolsita de azúcar y una bolsita de té. Mi deuda eterna a Edison por la electricidad conducida hasta la cafetera. Y luego, en los últimos sorbos, aprecié lo que le debo a eso que se encuentra fuera del Hormiguero humano y es, verídicamente, interminable.
A las nubes, el agua del té. Al sol, la luz de otro día de vida.
Este 19 de septiembre pido un minuto de silencio a las 13:14 en punto, para recordar lo que nos regaló el sismo, y para tomar despacio, si el lector, si la lectora quieren acompañarme en ello, una taza de té.