Como una bomba de profundidad, los efectos de los desastres naturales provocaron grietas en nuestro sistema político tras las primeras del terremoto del día 19. Autoridades y políticos han reaccionado con pasmo, sin propuestas, mudos y miopes ante un movimiento social que reclama tomar para sí las riendas.

Luego de una semana de sacudimientos, los partidos se exhiben cada vez más desorientados, con iniciativas protagónicas que intentan halagar a los ciudadanos o esconden un burdo cálculo electoral. Así ocurrió ayer con el PRI, cuyos dirigentes, montados en el presupuesto público —como lo mostraron los comicios en el Estado de México—, llaman a cancelar todos los fondos a los partidos y suprimir diputados plurinominales. Es decir, el sueño del oficialismo: llevar de regreso al país a como estaba hace 40 años en materia de equidad política.

El dramático panorama que ofrecen las víctimas de los sismos, entre ellas cientos de miles de personas que hoy viven en la calle frente a sus hogares colapsados, tiene un peligroso complemento en el derrumbe de nuestra política, que sólo atina a buscar treparse a cualquier tema que maquille su desprestigio.

Con los desastres ocasionados por temblores y huracanes como telón de fondo, partidos, políticos y funcionarios escenifican hoy un concurso de ofertas. Cada conferencia de prensa no es un foro de acciones específicas, ideas y responsabilidades compartidas, sino escenario para merolicos y demagogos. Por lastimoso e inútil, lo sano sería cesar tal espectáculo.

No es este el momento de los partidos; antes bien, su presencia nos estorba. Sería saludable, en cambio, que el gobierno federal exponga su capital político y tome la conducción del proceso. Que anuncie de inmediato un ambicioso plan de reconstrucción, con recursos extraordinarios, aun y cuando ello agrave el déficit público —que ya lo hemos visto más alto en esta administración, por causas menos importantes. No son tiempos de ortodoxia, sino de respuestas. De política.

El secretario de Hacienda, José Antonio Meade, lleva semanas dialogando con banqueros, empresarios y desarrolladores inmobiliarios para integrar un programa en esta materia. ¿Qué falta para que el presidente Peña Nieto haga anuncios concretos de ayuda de gran envergadura? Que diga que por disposición de la autoridad, los partidos recibirán menos dinero público, quizá apoyado en un decreto de emergencia. Que advierta que se castigará todo acto de corrupción que haya agravado los daños o lucre con el sufrimiento de los afectados.

No toda la sociedad lo aceptará, pero un sector tendrá la percepción de que las cosas van tomando rumbo; que cada quien deberá poner de su parte: Federación, estados, municipios, entes públicos —incluso los ciudadanos afectados. Y los partidos dejarán de estar en su patético marasmo.

El presidente Peña Nieto ha concentrado la atención de los medios durante sus recorridos por sitios afectados, en la capital del país y en otros estados. No es su culpa quizá, pero ello ha traído emparejado un virtual desvanecimiento de los mandatarios estatales, si no es que actos lamentables de manipulación política, como en el Morelos de Graco Ramírez.

En la tragedia del 9/11 en Estados Unidos, el protagonista histórico no fue George W. Bush, sino Rudolph Giuliani, un alcalde —de Nueva York, pero un alcalde. Inútil describir lo lejos que está de tal rol, por ejemplo, Miguel Ángel Mancera.

Una de las características de nuestros actuales políticos es el desprecio por las lecciones de la historia. No sobraría recordarles que el impacto del terremoto de 1985 se reflejó tres años después, en 1988, durante la elección más cuestionada que haya vivido el PRI en su etapa contemporánea, con el todavía cuestionado arribo de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia. Esos efectos estaban ahí en 1997, cuando por vez primera la oposición ganó la mayoría en la Cámara de Diputados y el gobierno de la ciudad de México, y cobraron costos todavía en el 2000, cuando el partido oficial fue echado de Los Pinos.

Hay que agregar que hace 32 años el sacudimiento social provocado por el terremoto generó nuevos liderazgos sociales, particularmente en la capital del país. Del descontento de la época se nutrieron personajes como René Bejarano y Dolores Padierna, prontamente cooptados por el mismo sistema al que decían enfrentar. ¿Cómo cooptar ahora a los millones de ciudadanos, mayormente jóvenes, que se manifiestan y organizan en las redes sociales, impresionan con su activismo y enarbolan agravio tras agravio, en nombre de los muertos, de los relegados, de los frustrados por tantas promesas no cumplidas?

Si en los próximos días no resurge el talento de la política como el arte de alcanzar lo posible y conquistar la confianza de la comunidad, el reclamo ciudadano pasará de la demanda de reconstruir viviendas a la exigencia de reconstruir al país. Como viento de fuego, el repudio social devorará al sistema por completo: los partidos, el Congreso, las autoridades locales, el gobierno federal. Y no habrá nadie que gane; todos perderemos.

rockroberto@gmail.com

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