Y eso que todavía no empiezan las campañas. Que apenas estamos en este ridículo periodo de “precampañas”, con restricciones tan absurdas como burladas por los contendientes. Y no se trata de rasgarse las vestiduras, sino simplemente observar el peripatético espectáculo de tragicomedia que nos dan todos los días unos y otros, en una disputa tan feroz como lastimosa por candidaturas y prometidos cargos de gobierno.
Para empezar, la cargada hacia Morena-López Obrador está rebasando aun los escenarios más pesimistas de sus adversarios y se manifiesta de muy diversas formas: en el Estado de México, 50 mil perredistas se pasan a Morena en protesta por la candidatura presidencial conjunta con el panista Ricardo Anaya; en Chiapas, otros tantos miles de furiosos verdes, encabezados por su líder y candidato natural Eduardo Ramírez Aguilar, se rebelan por el incomprensible acuerdo cupular del nefasto Niño Verde con el PRI para imponer al priísta Roberto Albores Gleason como candidato a la gubernatura, y serán recibidos con los brazos abiertos por AMLO; seis mil hidalguenses más renegaron apenas el lunes del PRD y ya son morenos; otra gubernatura en la que los amloistas sienten ya ganados los tres puntos del juego nace de los botines del driblador que les hizo la cuautemiña brincando entre Graco el gobernador y los priístas para ir ahora por el partido de Andrés Manuel, aunque el ídolo del TRI no tenga ni la más remota idea de cómo gobernar Morelos; otra defección no menos significativa es la de la hasta antier senadora panista Gabriela Cuevas, a quien AMLO ha garantizado una diputación con el pretexto de que pueda seguir siendo la presidenta de la Unión Interparlamentaria; aquí tampoco importa que Cuevas en el 2005 pagó ilegítimamente la fianza para evitar el martirologio lopezobradorista en la cárcel durante el episodio aquel del desafuero.
Nada parece tener significado para el político tabasqueño que está en plan de ir al mercado y echar en la canasta a todos los que quepan. Al fin y al cabo él pone la agenda y sobre todo sigue arriba en las encuestas; por eso es el más odiado por sus enemigos, pero también el más amado por sus fanáticos y ahora el más buscado por todos aquellos que quieren un lugarcito para mamar en la ubre del poder.
Lo notable es que, de seguir así las cosas, Andrés Manuel López Obrador puede convertirse en el fenómeno de 2018, no sólo porque puede ganar la elección, sino porque podría hacerlo en el sexto round de una pelea pactada a doce.
A ver: es innegable que en el PRI, el PAN y el PRD están viviendo y resistiendo rebeliones en sus granjas —aunque sean región 4— que sus dirigencias no han sabido contener, por lo que amenazan estampidas. Resulta absurdo que hasta ahora hayan incorporado a la campaña priísta a Vanessa Rubio, una de las mentes brillantes y de todas las confianzas de José Antonio Meade, que porque querían guardar las apariencias; como si fuera tiempo de pudores.
Por todo, no resulta descabellado anticipar que entre sumas grandotas y chiquitas, López Obrador siga acumulando votos potenciales que generen una espiral ascendente que pronto lo haga inalcanzable.
Más aún, con la contribución torpe, reactiva, desangelada y carente de estrategia de sus adversarios.
Periodista.
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