Es un mexicanismo extraño, pero ya figura en el Diccionario de la Real Academia como una aportación muy nuestra al idioma español. La verdad es que no sé desde cuándo ni cómo llegó a mi cerebro. Pero creo que expresa, nomás por cómo suena, algo sumamente enredado, como una madeja irresuelta; un desorden inexplicable; una situación caótica; un acertijo involuntario; un evento sin pies ni cabeza. Eso, por desgracia, fue el debate de los candidatos a la Presidencia de la República el pasado domingo en Tijuana.

Y es que, pese a la convocatoria específica, quedaron fuera o en la indefinición temas tan sustantivos como: el aprovechamiento de nuestra ubicación geoestratégica en el planeta; el replanteamiento de nuestra relación con las grandes economías emergentes como China, India y Sudáfrica; una política clara frente al gobierno de Donald Trump; una propuesta inteligente para esta fase de la negociación del TLC; cómo emplearlo en caso de aprobarse; hacia dónde mirar si revienta; cuál la solución a la permanente crisis migratoria tanto en la dramática situación de nuestros ilegales de aquel lado como en la tragedia humanitaria del viacrucis de miles de centroamericanos cada día por nuestro territorio.

En cambio, privaron los ataques, los golpes bajos, las nuevas ocurrencias, el histrionismo en chistoretes forzados, el protagonismo exacerbado de todos los participantes.

Por eso al final nos quedó a la inmensa mayoría una sensación de vacío, de pérdida y una orfandad anticipada de liderazgo. Así que la pregunta obligada está siendo: ¿Y uno de estos cuatro va a ser nuestro presidente?

—Andrés Manuel López Obrador: sin duda el puntero en las encuestas, volvió a su extraño papel de víctima soberbia; todos lo atacaron, pero él los ignoró con una mezcla de displicencia arrogante; en cuanto al tema de la convocatoria es el que menos se le da, igual que los debates; por eso debiera prepararse profesionalmente para ser el mismo seductor que en los mítines abiertos, su mero mole.

—Ricardo Anaya es una mala copia de aquel Diego que tundió a Zedillo y Cárdenas simultáneamente. La diferencia es que Anaya tira muchos golpes y acierta muy pocos, mientras que Fernández de Cevallos lanzaba unos cuantos pero con precisión devastadora.

—José Antonio Meade es todo un caso. Ni siquiera en estos meses de campaña le han explicado o él no ha entendido, que una cosa es el mensaje oficial y otra muy distinta el discurso político. Así que sigue informando, pero no emocionando. Para colmo, uno de sus peores enemigos —de los que tiene varios en su equipo de campaña— le aconsejó lo de Nestora Salgado. Que esté de acuerdo o no es cosa juzgada inscrita en lo que él mismo ha pregonado como “Estado de Derecho”. Un asunto que, si le crece, podría significar una losa para sus aspiraciones, porque Nestora va a demandarlo por daño moral, al haberla llamado “secuestradora”.

¡Ah!, también estuvo ahí Jaime Rodríguez El Bronco, quien ahora propuso la nacionalización de Citi-Banamex.

En resumen, un auténtico margallate de palabrería, al grado de que el momento climático y más recordable fue cuando en un gesto teatral Anaya caminó hacia AMLO para increparlo por la falta de inversión privada cuando fue jefe de Gobierno. Y este respondió escondiendo su cartera. No se rían, que es en serio.

Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com

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