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He de confesar que soy un devoto del Barsa. Al grado de que estoy convencido de que a veces no jugamos futbol, sino damos conciertos. El taca taca embriagador que se gestó en tres décadas y se sublimó con Guardiola en la banca y Messi en el campo.
Por eso y más, su lema siempre me ha encantado. Sin embargo, hoy podría aplicarse de modo que se acerque a la fatalidad anticipatoria; a la amenaza latente de que el club de mis amores pudiera desaparecer del gran terreno de juego que es el balón gigantesco del planeta.
A ver: los afanes independentistas de Cataluña se remontan al siglo XVII, cuando estalla ahí la Guerra de los Segadores en rebeldía contra el centralismo del Duque de Olivares. En ese 1641 se proclamó la Primera República Catalana Independiente. Desde entonces, han sido siglos de luchas contra reyes franceses y dinastías implacables como los Habsburgo y los Borbones. Otro dato histórico relevante es que el 6 de octubre de 1934, un día antes del inicio de la Guerra Civil, su héroe Lluís Companys proclamó el Estado Catalán de la República Federal Española. Por lo que sería perseguido, encarcelado y finalmente fusilado por el golpista Francisco Franco, que enfrentó en Barcelona el último y heroico reducto de resistencia contra las tropas franquistas. Algo que nunca perdonaría el dictador que jamás ocultaría su menosprecio por Cataluña donde, por cierto, surgiría un equipo llamado Barcelona Futbol Club; como tampoco disimularía sus simpatías por la ciudad capital donde se acrecentaría otro club llamado Real Madrid. Por si alguien ignoraba cómo se forja tan feroz rivalidad y lo que representa cada equipo.
Pese a este antagonismo de centurias, todavía hace once años, en 2006, según estudios confiables, sólo 14 de cada 100 catalanes quería separarse de España. Sin embargo, en los años siguientes varios han sido los factores que han incrementado notablemente el número de inconformes con el gobierno central: una crisis económica que los catalanes atribuyen a las torpezas y pillerías de Madrid, lo que ha derivado en que las regiones más prósperas como Cataluña y el también separatista País Vasco, carguen con los subsidios de provincias pobres como Andalucía; igual las Cortes y los Tribunales han venido apretando la autonomía catalana en la década reciente, lo que ha incrementado una furia soterrada contra el gobierno español de Mariano Rajoy —de un partido como el PP casi repudiado en Cataluña— y la monarquía ahora encarnada en el Rey Felipe VI.
Paradójicamente es ahora Rajoy quien ha inclinado dramáticamente la balanza: en lugar de buscar el diálogo, la brutal represión que ordenó en el referéndum del domingo ya no hace dudar a nadie de que la mayoría de los catalanes quieren ahora su independencia. Y que más allá de la ilegalidad del plebiscito, anteponen sus orígenes, su historia, su idioma, su cultura y su concepto de nación. Aunque a esta hora todavía hierven sus calles, es difícil saber qué pasará exactamente en Cataluña.
Y a propósito, también es difícil saber qué pasará con uno de los tres grandes clubes que determinan el increíble fenómeno del futbol mundial. Por hoy es imposible imaginarse ese escenario y La Liga y a España misma sin el Barsa. Aunque con todo el dolor del corazón tuviéramos que afirmar que “Barcelona y Cataluña, son más que un club”.
Periodista. ddn_rocha@hotmail.com