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Tiene un modo de moverse, de hablar y razonar que no es común en la política. No lleva prisa, ni tiene respuestas definitivas. Es genuinamente indígena, es mujer común, no presume, no se impone, no pontifica.
Desentona con el resto de las opciones y justo por ello sería saludable que su nombre llegase el año próximo a la boleta electoral.
Se llama María de Jesús Patricio Martínez y fue elegida por el Consejo Indígena de Gobierno para buscar la Presidencia de la República. Ella no miente: “El proyecto es aprovechar la campaña como candidata independiente para articular a las comunidades indígenas del país.”
Mi candidatura lo que busca es “poner también un reflector sobre los pueblos indígenas.”
No hay nada más detrás de esta propuesta: organizar y reclamar atención.
Ante la dificultad de comprender sus razones se dice que Marichuy es la candidata del subcomandante Marcos, un experimento extemporáneo del EZLN, un esfuerzo por quitarle votos a Andrés Manuel López Obrador y así una larga hilera de sandeces.
La presencia de Marichuy en esta contienda incomoda porque exhibe la gran mentira que ha significado la democracia mexicana para las comunidades indígenas.
La reforma electoral de 1996 fue impulsada como solución frente al movimiento zapatista, que dos años antes reclamó la exclusión de los pueblos indios mexicanos. Más de veinte años después esas mismas poblaciones se encuentran en igual o peor situación que entonces.
Sus asuntos no son los del gobierno nacional, sus niveles de pobreza siguen siendo los más elevados, su representación política es mínima, la capacidad con que cuentan para defenderse de los poderosos es cada día más reducida.
“Somos víctimas de despojo territorial,” acusa la precandidata. “Los grandes proyectos de desarrollo están afectando a las comunidades y nadie nos consulta sobre ellos,” insiste. No se trata de un fenómeno que solo ocurra en Oaxaca o en Guerrero, en Chiapas o en Durango; está sucediendo en todo el país.
La idea de que las personas indígenas frenan los grandes proyectos económicos se ha vuelto necia entre quienes toman las principales decisiones.
Decenas de líderes indígenas en todo el país pueblan hoy las cárceles porque se han opuesto a los modos arbitrarios de esta civilización.
“No saben estar bien con la tierra, no saben cuidarla,” les responde Marichuy. “Es tiempo para restituir el respeto, entre las personas y hacia el planeta.” “Tenemos compromiso con la tierra donde nacimos. Nos debemos a ella.”
El problema, dice, es que los de arriba no saben tomar en cuenta a los pueblos que estaban antes. “Para ellos no figuran las comunidades.”
México es un país profundamente racista y despiadadamente clasista. Es patriarcal y machista. Es omiso y es hipócrita con las personas indígenas.
Ciertamente ninguno de estos argumentos está siendo expresado, de manera tan genuina, por el resto de los aspirantes presidenciales.
Sería lamentable que la voz de Marichuy no se escuchara más allá del 2 de febrero próximo, fecha en que deberá conseguir 800 mil 600 firmas.
ZOOM:
Hacer que el nombre de María de Jesús Patricio Martínez llegue a la boleta, más que un acto electoral, es un acto de lealtad con la diversidad indispensable en nuestro país.