La película de horror continúa porque no es posible que la memoria de los muertos descanse en paz. La culpa es de los vivos que hacen lo indecible por borrar sus restos. Lo primero fue arrancarles el nombre, luego ocurrió que se manipulara el número.

Duele la paradoja: pasado el tiempo, sin importar apellido o cifra, hoy los cadáveres desbordan las instalaciones del servicio forense en Tijuana, Iguala, Acapulco, Chilpancingo, Boca del Río, el puerto de Veracruz, Reynosa, Ciudad Juárez, Guadalajara, Ciudad Guzmán, Aguililla o Apatzingán.

No importa cuánto esfuerzo haga la autoridad para negar la realidad, el olor a putrefacción escapa de los Semefos como principal fórmula contra la injusticia del olvido. Esta semana es noticia la avenida Fundadores, de Tijuana, porque en esa ciudad los cuerpos se acumulan en cantidad tal que no caben ya en la cámara de refrigeración y, por tanto, han sido apilados en pasillos oscuros y sin ventilación.

Este año de 2017, esa población fronteriza ha registrado más de mil 600 muertes violentas, presuntamente vinculadas con el crimen organizado. Alrededor de 700 por encima del año previo, y 800 más que en 2008, aquel año que se consideró el peor en la historia de México, por su violencia.

La realidad es innegable. A pesar del ocultamiento, la marea de mortandad está alcanzando niveles similares a los observados durante la administración del presidente Felipe Calderón. Durante el año 2011 el gobierno registró alrededor de 34 mil homicidios relacionados con la guerra entre grupos criminales. Hacia 2012 esa cifra, que se contabilizaba de manera diaria, sufrió un cambio abrupto, no porque la guadaña hubiera dejado en paz a la población mexicana, sino porque la autoridad decidió modificar el método para la contabilidad.

Por instrucciones del más alto nivel fue cancelado el registro público nacional de víctimas. Un absurdo pensamiento mágico llevó a suponer que ignorancia era sinónimo de inexistencia. Meses más tarde, la siguiente administración decidió redoblar los esfuerzos del borramiento.

Entonces muchos periodistas recibieron regaño por seguir comunicando los números diarios de defunción. (Sobrevive el recuerdo de la salida de Ciro Gómez Leyva, de Milenio, y su relación con esta siniestra política nacional).

De nada sirvió, sin embargo. La reducción de las cifras referidas al homicidio en México, que supuestamente ocurrió entre 2013 y 2015, es dudosa porque coincidió con el ocultamiento de la información. También por las historias de horror que los Semefos de muchas ciudades han contado sobre una realidad angustiosa que no cede en el país.

Los servicios forenses de Guerrero exhiben el extremo: en Chilpancingo se reportan 600 cuerpos descomponiéndose dentro de una instalación prevista para 120 cadáveres. Mientras tanto, la cámara de refrigeración permaneció descompuesta durante semanas.

Y esta situación no dista de las que se observan en Acapulco o en Iguala. La negligencia de las autoridades para atender la violencia en esta entidad, a pesar de hechos tan lamentables como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, no debería pasar desapercibida.

En verano de este año los Semefos de Jalisco enviaron a la fosa común más de 550 cuerpos sin identificar. Ninguno generó perfil genético antes de desvanecerse, por lo que los familiares jamás sabrán qué sucedió con sus seres queridos. Sorprende que esto suceda en la tercera entidad con el mayor número desaparecidos en el país; (2 mil 700 reportados hasta esa fecha).

Reynosa es ciudad que experimenta un horror parecido. Dada la incapacidad de los servicios forenses se recurre por igual a la incineración, la fosa común o el reenvío de los restos a las funerarias privadas. Igual sucede en los principales municipios de Veracruz: personas que, por morir en situación violenta, todos los días son lanzadas al continente de la desmemoria y el olvido.

ZOOM: La autoridad decidió dejar de contabilizar los muertos y sin embargo la violencia siguió sucediendo. La capacidad desbordada de los Semefos es una broma macabra que la realidad ha jugado en contra de los engañadores.

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