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Casi no podría creerse un México sin el PRI, y sin embargo tal escenario es altamente probable. Las próximas elecciones podrían ser las últimas a las que concurre el Revolucionario Institucional, como se le conoce hoy en día. El partido que llegó a tener más del 90% de los cargos de elección popular está en peligro de extinción.
Según la mayoría de las encuestas, la preferencia electoral del tricolor, en la candidatura presidencial, ronda entre el 19 y el 15 por ciento. La cifra es sorprendentemente pequeña para la fuerza que hoy cuenta con mayoría en ambas cámaras federales y gobierna el número más grande de entidades federativas.
Sin embargo, debido al convenio de coalición que el PRI celebró con los partidos Verde Ecologista de México (PVEM) y Nueva Alianza (PANAL), a esos puntos pequeños habría todavía que aplicársele un descuento grande.
En el peor escenario —un PRI con 15% de los votos—, el tricolor tendría que entregar un tercio del resultado para cumplir con lo pactado; esto querría decir que este partido terminaría la contienda con un resultado neto de apenas diez puntos porcentuales.
Diez puntos es menos de un tercio sobre la actual representación priísta en el sistema mexicano de partidos; esto quiere decir menos de un tercio en prerrogativas, en cargos de elección popular, en territorio gobernado, en capacidad de negociación parlamentaria, en puestos públicos, en recursos que repartir.
El problema sería el tamaño de la cobija: demasiados priístas para tan poco partido.
En el año 2000, cuando perdió por primera vez la presidencia, el Revolucionario Institucional mantuvo una votación robusta, tan robusta que Ernesto Zedillo, cuando llamó a Vicente Fox para decirle que había triunfado, le recomendó pactar con el tricolor, ya que, a pesar de todo, en el Congreso y en los puestos locales el PRI seguía siendo una fuerza relevante.
Dieciocho años después la historia se presenta muy distinta. El ganador podría sacarle 30 puntos de ventaja a este partido, que terminaría en tercer lugar. Esto significaría el comienzo del fin: porque nadie quiere subirse en lo que baja, cabe prever que, después de julio, miles de priístas buscarían reubicarse en las filas del nuevo partido dominante. Se trata de los famosos primores: los priístas que desde ya están pensando saltar al Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
No debe olvidarse en esta historia que el líder y candidato de Morena fue hace mucho tiempo priísta, y también que, cuando dirigió al PRD, supo atraer a las filas del Sol Azteca a líderes decepcionados del tricolor, como, por ejemplo, Ricardo Monreal, de Zacatecas, Leonel Cota, de Baja California Sur, o Alfonso Sánchez Anaya, de Tlaxcala. Ese ha sido siempre su estilo: recuperar para su movimiento a los arrepentidos del PRI que quieran reencarnar políticamente.
En la edición 2018 de las estrategias políticas, Morena ha enviado mensajes de reconciliación a personajes tan distintos como Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia, Germán Martínez, Manuel Espino, Gabriela Cuevas y una larga lista que crece todos los días. Ciertamente estos individuos representan algo más que una candidatura: son el mensaje que Andrés Manuel López Obrador envía a sus actuales adversarios para tenderles la mano del futuro.
Estamos por ver los últimos capítulos de esta serie electoral (la cual sólo compite en audiencia e interés con la vida de Luis Miguel). Que nadie se extrañe el día en que políticos muy encumbrados del PRI decidan saltar a Morena, antes de que el naufragio ocurra definitivamente.
México sin el Revolucionario Institucional será de todas maneras México, pero uno menos tricolor, porque otros tonos ocuparán el espectro político.
ZOOM:
No sólo la sobrevivencia del PRI está en riesgo, también sus aliados del PVEM y del PANAL podrían desaparecer, lo mismo que el PRD, cuya fuerza electoral mengua al mismo ritmo. En revancha, Movimiento Ciudadano y Morena, partidos más recientes, ocuparán las vacantes. Una incógnita todavía sin respuesta es el futuro de Acción Nacional.
@ricardomraphael