Cuando el imbécil del carro de enfrente avanza a toda velocidad en contra tuya, sólo queda hacerte a un lado y confirmar que traes abrochado el cinturón.

Ese conductor es Donald Trump y los que debemos prepararnos para la colisión somos los mexicanos. El TLCAN está a punto de dejar de ser un tratado para América del Norte, porque el presidente de los Estados Unidos ha propuesto sustituirlo por acuerdos bilaterales y proteccionistas.

Lo de imbécil es cosecha del secretario de Estado, Rex Tillerson, quien presumiblemente así llamó a su jefe en julio pasado durante una reunión dentro del Pentágono, frente a un grupo amplio de integrantes del gabinete de seguridad.

Luego Tillerson quiso matizar, pero su esfuerzo no rindió frutos porque Trump lo retó a medirse en una prueba de I.Q, y eso sí que fue estúpido.

Las tensiones principales de esos dos señores han sido a propósito del conflicto entre Corea del Norte y Estados Unidos. Mientras el responsable de la política exterior estadounidense se esmera por enfriar la indeseable tensión nuclear con Kim Jong Un, Trump sabotea vía Twitter todos los esfuerzos, con las yemas de sus dedos.

Lamentablemente este señor de entendederas limitadas es el mismo con el que los negociadores mexicanos están teniendo que medirse. Si tan sólo el asunto se tratara de una prueba de I.Q. tendríamos grandes posibilidades de salvar el TLCAN. Lástima que no sea el caso porque lo que se juega en esta cuarta ronda no es neuronal.

En realidad, nunca hubo seriedad en esta negociación por parte de la Casa Blanca. Debimos entender mejor al magnate cuando en enero habló por teléfono con el presidente Peña Nieto: “Creo que podemos tener una solución más simple, … poner aranceles a la frontera, porque … los Estados Unidos ya no tendrán esos aranceles (TLCAN) con nadie.”

La negociación ha sido, desde el principio, sólo faramalla, teatro y pérdida de tiempo. El hombre acusado como imbécil será consecuente con su naturaleza. Está interesado en dar un golpe mediático para agradar a sus votantes y el resto le es indiferente.

Acaso reventar el TLCAN será la única cosa que pueda cumplir a sus seguidores. Ya que no pudo sustituir el sistema de salud implementado durante la administración Obama, ni tampoco fue capaz de promover una reforma fiscal a favor de los ricos, romper este acuerdo comercial es la única promesa de campaña que está en sus manos (¿en sus puños?) resolver.

Una vez finiquitado el tratado, los daños a la economía de las tres naciones serán mayúsculos. La economía mexicana saldrá derrotada después de esta barbaridad, pero lo mismo sucederá con las de Texas, California, Arizona, Nevada o Nuevo México. Para Canadá la situación no irá mejor porque el flujo comercial entre esos dos socios perderá rumbo y sobre todo certidumbres.

Hace ya rato que los canadienses hablan de estas mesas de negociación como un modelo similar al que sus primos ingleses están siguiendo para operar su salida de la Unión Europea.

México, en cambio, apenas comenzó a decir en voz alta que el tratado se halla a punto de perecer. Todavía aturdidos por el terremoto escuchamos declarar la semana pasada a Juan Pablo Castañón, cabeza del Consejo Coordinador Empresarial, que cabía la posibilidad de que esta cuarta ronda terminará fatal.

El canciller Luis Videgaray fue más enfático durante el diálogo que sostuvo el lunes en el Senado: “Hay cosas que no vamos a aceptar. No sería el fin del mundo. A México nadie le va a decir lo que tiene que hacer. Tenemos que prepararnos para … salirnos de ese Tratado”.

¿Así o más claro? Se acabó. Esta ronda es como la última visita que la pareja (el trío) hace al juez para discutir los términos del divorcio. No irá bien y lo peor apenas está por venir.

ZOOM: ¿Tenemos plan B?

www.ricardoraphael.com
@ricardomraphael

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses