Hasta dónde habrá llegado el desprestigio del PRI y el repudio que provoca en amplios sectores de la ciudadanía, que el mayor atractivo de quien será su candidato presidencial es no ser del PRI.

José Antonio Meade no es miembro del partido que lo postulará, no tiene militancia política alguna y ha trabajado, por igual, para gobiernos panistas y priístas. Esa indefinición que veladamente molesta tanto a los cuadros tricolores, tras la decisión presidencial de designarlo, pero a la que hasta ahora se han plegado gracias a su secular disciplina partidista es, en la actual coyuntura, su mejor activo.

Porque no sólo lo desvincula del desprestigio tricolor, sino del que la ciudadanía ve en todos los partidos políticos, percepción ésta invariablemente asociada a la corrupción y al abuso. Meade es, entonces, un hombre apartidista y, por lo tanto, el menos sucio de entre quienes podrían haber abanderado al PRI. Suma a ello una capacidad técnica y administrativa obtenida al frente de cuatro secretarías de Estado, que aporta, para la construcción de su imagen, responsabilidad y mesura, complementadas además por el atributo personal de la sencillez. Es un tecnócrata más o menos limpio, en medio de la suciedad del sistema.

Presentar a un candidato así es la estrategia de Peña Nieto. Optar por un no priísta fue un bien medido cálculo político del Presidente. De ninguna manera fue un desprecio a la militancia de su partido. Tampoco una deliberada imposición de Luis Videgaray, su hombre más cercano. No le importa que en el imaginario popular persista la pregunta de quién realmente manda en este gobierno. El verdadero objetivo estratégico es no perder el poder tras una gestión marcada por la corrupción, la inseguridad y la violencia. O dicho de un modo más preciso, evitar a toda costa que gane López Obrador.

No fue esa, por cierto, la estrategia adoptada por Peña Nieto en la reciente elección del Estado de México. En ella compró sufragios, saboteó alianzas opositoras y fragmentó las opciones para restarle fuerza a Morena. Aún así, el PRI no pudo ganar por sí solo.

Esa estrategia ya no le pareció viable para la presidencial de julio próximo, sobre todo frente a la posibilidad de una candidatura coaligada en el Frente PAN-PRD-MC. Para su buena suerte, esa opción (igual si se logra o no) se va desdibujando, tanto o más que la que ofrecen hasta ahora los posibles independientes.

Peña Nieto tiene claro que la verdadera confrontación será contra AMLO y Morena. Igual saboteará alianzas y comprará votos, pero su mejor recurso es enfrentar al verdadero opositor con un candidato sanamente distanciado del PRI (Zedillo dixit), apartidista, presumiblemente ajeno a la corrupción y tecnócrata eficaz que le dé continuidad al proyecto de las reformas estructurales.

Eso es lo que abanderará Meade: la continuidad de los negocios que vienen con las reformas estructurales. Por eso es el candidato de las élites económicas nacionales y extranjeras, de la derecha y el centro, y de no pocos ciudadanos que sucumbirán otra vez a la guerra sucia por venir con la misma narrativa de que la opción AMLO es un peligro para México.

¿Les alcanzará a el Peje y a Morena para revertir esta vez la andanada? Probablemente no, de seguir atorados en las soberbias disyuntivas de “estás conmigo o contra mí”, del “yo soy el cambio y lo demás, más de lo mismo”; no, si no se sacude ese discurso proto socialista que, por ser ajeno a la actualidad de México y del mundo, potencia las malévolas campañas que lo asemejan con Chávez o Maduro y vaticinan para el país desastres como el de Venezuela.

México vive en un sistema capitalista que, para cambiarlo, no sólo requeriría de otra revolución nacional, sino de una revolución mundial. AMLO debería matizar su discurso, concitar más el apoyo del capital privado y darle su justo valor a nuestra inserción en el mundo. Eso no quiere decir que reniegue de su posición de izquierda, ni que deje a un lado el objetivo de recuperar la justicia social y extirpar un sistema político podrido. Acaso deba enfatizar más en la moderación de la desigualdad y en un reparto más equitativo de la riqueza, corriéndose un poco hacia el centro y al voto temeroso que en él se ubica.

INSTANTÁNEAS. 1. MANDOS MILITARES. Hoy se darán a conocer cambios en los altos mandos de la Sedena. El general de división Roble Arturo Granados Gallardo dejará de ser jefe del Estado Mayor de la Defensa para convertirse en el subsecretario del ramo. El general de división Eduardo Emilio Zárate Landero dejará la comandancia de la quinta región militar en Jalisco, para ocupar la Oficialía Mayor de la Sedena. El general de división Pedro Felipe Gurrola Ramírez ocupará el cargo de inspector y contralor del Ejército en lugar del general Alejandro Saavedra Hernández, quien ocupará la jefatura del Estado Mayor. También a partir de hoy, el general de división Miguel Enrique Vallín Osuna será el nuevo comandante de la Fuerza Aérea Mexicana.

2. OTROS CAMBIOS. Ha trascendido que en el transcurso de la próxima semana, Aurelio Nuño dejará la SEP para incorporarse a la campaña de José Antonio Meade y que Luis Miranda dejará la Sedesol en manos de la subsecretaria de Hacienda Vanessa Rubio.

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