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Ahora resulta que la hueva del pez esturión, el exquisito caviar ruso, se ha vuelto botana en México. No en la acepción aperitiva de la palabra, sí en la de vacilada. Botana que está en boca de todos y que, otra vez, Andrés Manuel López Obrador, acusado por sus contrincantes priístas de estar infiltrado por los rusos, utiliza hábilmente en su favor y beneficio.
Este cuento ruso empezó el pasado 6 de enero cuando el general Herbert Raymond McMaster, principal consejero de política exterior de Donald Trump externó, durante una conferencia sobre terrorismo, que el gobierno estadounidense ha detectado “señales iniciales” de que Rusia está interviniendo en la campaña presidencial de México y que está cada vez más preocupado con las “avanzadas campañas de subversión, desinformación y propaganda del gobierno ruso”.
La razón esgrimida por McMaster: “polarizar sociedades democráticas, poner en contra a las comunidades dentro de ellas, crear una crisis de confianza y minar así la fuerza de Estados Unidos”.
El consejero trumpiano sugirió que la presunta infiltración ocurría en todo el proceso electoral mexicano sin referirse específicamente a alguno de los candidatos. Pero no dio ningún elemento que permitiera verificar su aserto. Sonó hueco, más enfocado a tratar de distraer sobre la ya muy avanzada pesquisa de la infiltración rusa en la elección de Trump.
El cuento, sin embargo, encontró tierra fértil en la estrategia del PRI-gobierno para revertir las preferencias electorales que mantiene el precandidato presidencial de Morena. Primero acusando a uno de sus cercanísimos colaboradores, el investigador de la UNAM, John Ackerman, de ser un agente ruso por escribir en la agencia Rusia Today. Y después con una descabellada acusación directa, sin referentes verificables, contra el propio López Obrador.
El autor de semejante despropósito fue el senador ex panista Javier Lozano, al estrenarse como vocero del precandidato presidencial del tricolor, quien convocó a los medios de comunicación para hacer lo que consideró una importante declaración: la campaña presidencial de Morena está infiltrada por los rusos. Llegó al extremo, verdaderamente de risa loca, de asegurar que los agentes del gobierno de Vladimir Putin lo llamaban Andrés Manuelovich.
López Obrador no tardó en aprovechar tan sencilla pichada y bateó home run. A través de un video subido en sus redes sociales y hasta anoche replicado un millón y medio de veces, se dejó ver en el malecón de Veracruz y dijo: “estoy aprovechando el tiempo esperando que emerja el submarino ruso porque me traen oro de Moscú, ya ven que el vocero de Peña y de Meade habló de que están metidos los del gobierno ruso; ya soy Andrés Manuelovich… (carcajada)… ahora ya vivo del oro de Moscú, cuando la verdad es que vivo del oro de Palenque, un loro que tengo (otra carcajada)”. Y así, muerto de la risa, AMLO estaba ayer a la caza del Octubre Rojo.
¿Para qué necesitan los rusos intervenir en las elecciones de México? Eso mismo se preguntaba ayer el embajador de Moscú en nuestro país, Eduard R. Malayan, consultado en Foro TV por Ana Paula Ordorica. Su respuesta fue contundente: “ni intervenimos ni vamos a intervenir”.
Meade debería exigirles seriedad e imaginación a sus coordinadores y voceros. Lozano lo fue de Francisco Labastida Ochoa y perdieron la elección. No pueden seguir haciendo cosas que solamente le hacen el caldo gordo a quien, con esas vaciladas, jamás podrán bajar del primer lugar de las preferencias electorales.
¿O son acaso cajas chinas, de esas que se usan para distraer de los verdaderos problemas? ¿Cuáles, por ejemplo? ¿Acaso las complicaciones económicas de la actual coyuntura o el cada vez mayor número de impugnaciones a la Ley de Seguridad Interior o el tercer lugar de Meade en las preferencias electorales?
Toda proporción guardada, este mensaje de la injerencia rusa, recuerda lo dicho y ocurrido en su momento durante el movimiento estudiantil de 1968, parteaguas de la lucha democrática de nuestro país.
Estábamos entonces en medio de la Guerra Fría, cierto; y los espías estadounidenses y rusos (soviéticos) tenían en México un territorio de confrontación, también cierto. Pero el gobierno de Díaz Ordaz atribuyó a la subversión comunista (soviética), las motivaciones democráticas de los jóvenes universitarios y politécnicos. No fue así, se corroboró al paso del tiempo. Y ¿qué sí fue? la matanza de Tlatelolco.
¿Se repetirá el argumento de la subversión y sus fatales consecuencias cincuenta años después?
Eso es lo que sugiere la estulticia del cuento ruso.
rrodriguezangular@hotmail.com
@RaulRodriguezC, raulrodriguezcortes.com.mx