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Para Andrea Estévez, voluntaria. Para Lucía Zamora, rescatada bajo los escombros. Su valentía y fuerza son una inspiración.
“Yo solo soy un voluntario. Ya estuve bajo los escombros y sigo con la intención de entrar, de ayudar a esta gente, porque soy padre de familia. Tengo una niña de 10 años, un niño de 13, una niña de 4 y pues es feo saber que se cayó una escuela. No soy topo, pero como yo era el más delgado de todos los que estábamos aquí yo solito me ofrecí. Les dije yo quepo por esos espacios. No soy rescatista. Soy una persona que llegó aquí con la intención de ayudar a la gente, de ayudar a los niños. Vine a ayudar a sacar a una persona viva.”
“Hemos trabajado desde sacar escombro, hacer boquete, meternos de cabeza a ciertos lugares para detectar con las cámaras dónde hay calor. Estamos aquí para ayudar, como cualquiera que tiene hijos. Yo me imagino que cualquier madre haría lo mismo. Yo tengo hijos, los míos están sanos y salvos gracias a dios. Por eso vengo aquí a apoyar y no voy a parar.”
Estos son apenas dos testimonios de los muchos que he escuchado en los días posteriores al sismo. Voces que representan a los miles de voluntarios que, sin dudarlo, acuden a los inmuebles siniestrados para apoyar a las personas atrapadas bajo escombros. No los conocen, pero podrían estar vivos entre rocas y polvo. Eso es suficiente.
A los rescatistas no les ha faltado agua o comida. Son muchísimos los que acuden con las manos llenas para que esas brigadas ciudadanas no pasen hambre. Cobijas, material médico, linternas, pilas, herramientas. Cada quien lleva lo que puede.
Una movilización que fue crucial en las primeras horas del sismo. Esas en las que no debe usarse maquinaria para no vulnerar a los posibles sobrevivientes. Esas en las que solamente con muchas manos se pueden retirar varillas, losas y bloques de cemento. La cifra de setenta personas rescatadas con vida, no existiría sin ese esfuerzo colectivo.
HUERFANITO. La escuela Enrique Rébsamen creció de manera desordenada. Ampliaciones y nuevos pisos que, hoy es evidente, no cumplían con las normas de construcción. Los vecinos llevaban años señalando las irregularidades. Más de una vez estuvo clausurada. Sin la corrupción de las autoridades que lo permitieron, no estaríamos hoy hablando de niños fallecidos bajo escombros.