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No es la primera vez que el obispo Salvador Rangel, de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, llama la atención a nivel nacional por sus encuentros con capos del narco. El viernes santo se reunió con líderes de organizaciones criminales que operan en la sierra de Guerrero. Hicieron un pacto: ya no matarán a más candidatos si estos se comprometen a no comprar votos y a cumplir sus promesas de campaña.
La primera reacción del gobierno federal fue la esperada. El secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, dijo que la ley no se negocia, que la ley se acata. Pero no dejó de reconocer el grave problema de inseguridad en algunas zonas del país. En entrevista con Carlos Loret, mencionó que “algunos grupos vinculados con el narcotráfico han intentado intimidar o imponer a candidatos afines a sus expresiones.” Algo que se ha denunciado desde hace años en Guerrero, donde operativos van, operativos vienen, y la realidad sigue siendo la de la violencia.
Andrés Manuel López Obrador aplaudió que el obispo se reuniera con integrantes del crimen. “Qué bien que se atrevió a hacer eso”, dijo ante reporteros. Y fue más allá. Cuando le preguntaron si él mismo va a dialogar con los criminales si llega a la Presidencia, respondió que buscará el diálogo con todos los mexicanos: “Vamos a poner por delante el diálogo y la reconciliación. No vamos a usar los mismos métodos, vamos a buscar la paz mediante la atención de las causas que originaron la inseguridad.”
Pienso en quienes viven en las zonas donde la violencia está desbordada. Aquellos que tienen que optar entre unirse a los criminales, pactar con ellos o ser asesinados. Coincido en la necesidad de encontrar un nuevo enfoque para enfrentar al narcotráfico, pero me preocupa la manera de plantearlo. Son muchas las consideraciones que deben hacerse antes de pensar en una amnistía. De entrada, ese perdón no debe entenderse como la concesión que hace un solo hombre. ¿La justicia quedaría en manos del presidente? ¿La reconciliación como producto de su bondad infinita? ¿Y la división de poderes? ¿Y las víctimas? ¿Y el Estado de derecho?