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A una década de cumplir un siglo de existencia, el PRI ha dejado de ser muchas cosas sin dejar de estar en el poder. Pero hoy, como nunca, sus dificultades para recrearse son excepcionales. Sus expectativas de retener la Presidencia tienen explicación en muchas vertientes, pero la que se puede considerar central es su pérdida de identidad y su alejamiento de la sociedad.
Desde su nacimiento como Partido Nacional Revolucionario, sus dirigentes, estrechamente vinculados desde entonces con el presidente de la República, que también ha sido el primer jefe partidista, tuvieron el propósito básico de mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Hicieron bastante. Los principios y el espíritu que regían sus acciones y decisiones se nutrían de la Revolución y la Constitución.
El partido gobernante, único en aquella época, sectorizó a la población con la idea de atender sus peticiones. Su pretensión era dar respuesta a las legítimas exigencia de todos. Su impronta era altamente incluyente. La educación constituía la palanca de movilidad social más eficiente, el camino más corto y seguro a la igualdad y a la justicia.
Los derivados lógicos de esa política, llamada de masas, eran la concordia, la paz, la estabilidad, el progreso y la perseverancia en la procuración de los grandes bienes colectivos, establecidos en la Carta Magna como un ideal de mundo de vida.
Al ser beneficiaria de políticas públicas de corte manifiestamente popular, la sociedad trabó una relación de lealtad hacia el poder político. Lo apoyó sin reservas para que conservara la dirección del país a la espera de que siguiera cumpliendo su objetivo de atender las demandas, si no de todos, sí de la mayoría.
Con el beneficio recibido, por un lado, y las renovadas promesas de mejoría por otro, los ciudadanos reiteraron una y otra vez su confianza en los gobernantes. Respaldaron el cambio de PNR a PRM con la misma esperanza que reiteraron cuando la mudanza se dio de éste a PRI, que mantuvo el mismo vínculo con la sociedad, si bien los gobernantes incurrieron en prácticas antidemocráticas, autoritarias y verticalistas, salpicadas con “discretos” actos de corrupción.
Con un control casi absoluto sobre la población, pero con un desgaste incuestionable, ese partido se ha mantenido en el poder incluso compartiéndolo en calidad de opositor durante la alternancia.
Aun así, hasta tiempos recientes fue norma que postulara al sucesor presidencial y las multitudes lo aclamaran. Se expresaba la clásica “cargada”. El candidato se convertía inexorable y ordenadamente en el siguiente jefe de Estado.
En ese ciclo tantas veces reeditado, los priístas encumbrados contribuían decisivamente en el cumplimiento de un ritual que se volvió cultural. Todos se sumaban. Todos “sabían” que el elegido por el clásico “dedazo” siempre había sido “el bueno”. El aparato estatal, la maquinaria partidista y todos los medios, de cualquier tipo, entraban en acción y el proceso se completaba. México volvía a tener su cuasi dios sexenal.
El distanciamiento de los gobernantes respecto a la población, su falta de respuestas a las peticiones de ésta, la entrada en escena de otros partidos, la adopción de un nuevo modelo de acumulación por unos y por otros, el agravamiento de los problemas… fueron quebrando el esquema de dominación y empezaron a despertar cierta conciencia comunitaria. La gente empezó a ver con más claridad qué son los políticos y los gobernantes. Hoy, evidentemente, no les merecen ningún crédito ni resto. Los aborrece.
Si a eso se suma, en el caso del PRI, que muchos de sus poderosos militantes no asimilan que el candidato presidencial no sea priísta, los cambios o el abandono de sus usos y sus costumbres parecen más evidentes y más riesgosos.
Frente a eso, se requiere que pongan toda su potencialidad al servicio del candidato José Antonio Meade y empeñen toda su voluntad y determinación para respaldarlo, como posibilidad de que el PRI conserve la Presidencia.
Más aún porque hay un precandidato que ya ha intentado conquistarla dos veces que tiene muchos años en campaña, que está fijando agenda y que va a la cabeza de todas las encuestas, seguido por un joven indiscutiblemente inteligente y ambicioso, determinado y audaz.
La oportunidad del PRI para no perder el poder es volver a ser lo que fue, lo que lo hizo ser. Y si decide tomar esa opción, lo primero que tendría que hacer es presentar una propuesta de reencuentro con la sociedad que sea creíble, confiable y viable, en la que la solución a los problemas de todos contenga una estrategia clara, con una metodología precisa de aplicación.
SOTTO VOCE… Todo indica que el precandidato José Antonio Meade lanzará un ¡ya basta!, un verdadero manotazo cuando rinda protesta como candidato presidencial el próximo domingo, en el Foro Sol, como respuesta a los yerros, ciertos o falsos, que se vinculan a su campaña. La autocrítica siempre es buena. Y tirar lastre, mejor… Desaparecer el Cisen sería dejar al país expuesto a todos los riegos. Lo que se debería hacer con esa institución es ajustarla a sus funciones, que son inherentes a la existencia de todo Estado… Miguel Ángel Mancera, por lo que se sabe, no tendrá problemas para ocupar un lugar en el Senado y coordinar la fracción perredista. También hay un gran consenso en el que se lo ve como uno de los más fuertes aspirantes a ocupar la Fiscalía General de la Nación.