Cuando alguien con mucha paciencia escriba la historia de la infamia nativista de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos, el capítulo de la caravana de migrantes centroamericanos que han cruzado México en las últimas semanas merecerá, quiero pensar, especial atención. La lista de declaraciones destempladas y medidas crueles contra la población inmigrante dan, en efecto, para un libro entero. La llegada al poder de Donald Trump ha hundido a los indocumentados en un temor que no conocían. Si bien es cierto que Barack Obama puso en marcha una maquinaria de deportación que separó familias e hizo mucho daño, lo de Trump ha sido harina de otro costal, sobre todo por la arbitrariedad de las detenciones, el clima de intolerancia constante y, de manera crucial, la conclusión de medidas de protección a comunidades enteras que veían Estados Unidos como un refugio frente a una situación imposible en sus países de origen. Trump y Jeff Sessions —el Fiscal General estadounidense, enemigo histórico de los inmigrantes— han acabado con el llamado “TPS” o Estado de Protección Temporal, que amparaba en tierra estadounidense a decenas de miles de salvadoreños, hondureños, haitianos y nicaragüenses que, en su enorme mayoría, han construido vidas de provecho en Estados Unidos. Sessions y Trump incluso quieren echar del país a 9 mil nepalíes refugiados en el país después del sismo del 2015: les importa poco las familias, los vínculos y las vidas que esta gente ha construido.

Aun así, la reacción del presidente de Estados Unidos a la noticia del avance por México de la caravana migrante pertenece a la antología de la histeria nativista. Trump insiste en que la caravana de mil doscientos centroamericanos no se trata de familias aterradas y desesperadas que huyen de una violencia imposible sobre todo en las zonas rurales de Guatemala, El Salvador y Honduras, sino una avalancha de maleantes dispuesta a entrar a Estados Unidos como horda de bárbaros. Donde todo el mundo ve a un grupo de gente que ya no busca una vida mejor sino simplemente una vida, Donald Trump ve a los whitewalkers de Game of Thrones: invasores no solo extranjeros sino completamente ajenos, dispuestos a acabar con la seguridad estadounidense y, aunque Trump no quiera confesarlo, con la pureza cultural y racial americana. “Esto se pone más peligroso”, trinaba Trump hace poco: “Ahora vienen caravanas”. ¡Levanten el puente levadizo! ¡Todos a sus puestos!

La culpa, por supuesto, no solo es del chivo en cristalería que ocupa la Casa Blanca. La culpa es también de su dieta informativa, y de uno de los grandes males del Estados Unidos contemporáneo: la despreciable maquinaria propagandística de Fox News, que se ocupa no de la noticia sino de la retórica nativista con el único fin de ganar rating, sin pensar siquiera en el daño que hace al clima social del país. Por supuesto, Fox —que es una empresa privada— está en todo su derecho de tergiversar la evidencia para hacer aún más dinero: cada quien sus estándares éticos. El problema es que un porcentaje considerable de estadounidenses confunde este teatro de propaganda nativista con información auténtica y fidedigna. No solo eso: el problema mayor es que uno de esos estadounidenses es el presidente de Estados Unidos, para quien Fox News parece ser el non plus ultra informativo y, más importante aún, el pulso de la base de votantes por la que Trump se desvive. Trump, el ignorante de época, sigue Fox News para normar su criterio. Trump, el narcisista de época, ve Fox News para entender cómo alimentar a sus feligreses. El resultado es de todos conocido.

En cualquier otro caso, un ataque de ignorancia como este podría pasar por anecdótico. No en el caso de Trump. La falta de información del presidente de Estados Unidos ha dado pie a algo nunca antes visto en Washington: una agenda nativista activa y beligerante. De ahí que Trump insista en que México no hace lo suficiente como para detener a los supuestos bárbaros. De ahí que insista con el muro. De ahí que luche con uñas y dientes para hacerle la vida imposible a quien vivía refugiado en el país y a quien busque asilarse ahora. Lidiar con ese lado del gobierno estadounidense no es una tarea menor ni es una tarea delegable. En esto, como en otras cosas, Trump pasa de las palabras a los hechos con suma facilidad. El reto es enorme. Y se pondrá peor. México no se puede lavar las manos. Están en juego muchas vidas.

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