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Las historias de horror no cesan entre la comunidad inmigrante en Estados Unidos. La llegada al poder de Donald Trump le ha dado rienda suelta a ICE —la policía migratoria estadounidense— para olvidarse de la discreción puesta en práctica por Barack Obama después del 2011. La política de deportaciones de Trump ha fracturado familias y arrancado de sus comunidades a gente de bien, como el inmigrante bangladesí Syed Jamal, un ciudadano modelo en todos sentidos que corre el riesgo de la deportación, arrestado por haber permanecido en Estados Unidos con una visa vencida. La historia de Jamal, narrada con elocuencia por Nicholas Kristof en el New York Times hace un par de días, es solo una de miles que, poco a poco, elevan el costo social de una política discriminatoria arbitraria y cruel. En su crónica sobre Jamal, Kristof le hace a Trump la pregunta central: “¿es este hombre un peligro?” Naturalmente, ni Jamal ni una enorme mayoría de los inmigrantes representan amenaza alguna para el país que, de acuerdo con Trump y su mentalidad de sitio, vive bajo asedio de las hordas inmigrantes criminales.
Nada más lejos de la verdad, y la evidencia lo demuestra. Para Trump, sin embargo, los datos importan poco. Desde hace ya dos años y medio cuando lanzó su campaña presidencial. Trump ha tomado, por ejemplo, casos aislados de violencia protagonizada por inmigrantes para tratar de convencer de una teoría universal de nativismo. Así, el asesinato de una mujer en San Francisco por un inmigrante que había sido deportado varias veces se convirtió en la muestra de lo que le espera a EU si no detiene la (inexistente) marejada de indocumentados violentos. A Trump y los suyos no les importa que esa lamentable muerte haya sido solo un caso, lo que importa es la narrativa nativista: lo que le ocurrió a esa joven le puede suceder a todos, aunque el sentido común y la evidencia digan otra cosa.
Ahora, Trump ha llevado su talento para la manipulación al delicado asunto de la MS-13, la infame mara salvatrucha. Desde el principio de su presidencia, Donald Trump (y su nativista en jefe, el Fiscal General Sessions) ha insistido en que la MS-13 es una amenaza a la seguridad del país. Durante su informe de gobierno hace un par de semanas, Trump dedicó más tiempo a describir los horrores de las maras que a detallar su plan de infraestructura. De nuevo, como en el caso del asesinato en San Francisco, Trump recurrió a (horribles, sí) un puñado de casos de violencia de las maras para ilustrar los riesgos de la migración. Como en cualquier esfuerzo de propaganda, la consecuencia es evidente: al usar repetidamente a la MS-13 como ejemplo único de la experiencia de la inmigración hispana, Trump consolida la percepción pública de que los inmigrantes son peligrosos.
Como en su afán de convertir casos aislados en amenazas universales, el temor desaforado de Trump frente a las maras también pierde fuerza frente a la evidencia. De acuerdo con el propio gobierno de Estados Unidos, hay poco más de diez mil miembros de la MS13 en 40 estados del país. ¿Eso los hace la pandilla más numerosa? Ni de lejos. De hecho, esos diez mil miembros equivalen al 1% de los 1.3 millones de pandilleros que hay en Estados Unidos. Otras organizaciones delictivas, como los Crips, los Bloods o los Latin Kings son mucho más grandes. ¿Y qué tan representativos de la comunidad inmigrante son los miembros de las maras? Pues todavía menos. Incluso si cada uno de los miembros de la MS-13 fuera inmigrante indocumentado (cosa que es absurda), aun así equivaldrían a apenas .001% de los once millones de indocumentados que viven en EU (las maras, por lo demás, no son productos de importación: nacieron en cárceles de EU).
Otros argumentos de Trump son igualmente endebles. El presidente Trump también insiste en que la llegada de menores indocumentados no acompañados ha aumentado la presencia de la MS-13 en Estados Unidos. Veamos los números. De los más de 200 mil menores detenidos desde 2012 en la frontera, apenas 159 resultaron sospechosos de tener vínculos con la MS-13. El .0007%.
Nada de esto quiere decir que la MS-13 no sea un peligro. Claro que lo es. Sus métodos violentos en efectos son una amenaza. El reclutamiento que hacen de jóvenes necesitados o desorientados es también un riesgo en Estados Unidos y muchísimo más en El Salvador y otros países donde operan en impunidad. Pero la Mara Salvatrucha no es representativa del universo de inmigrantes honestos, trabajadores y pacíficos en Estados Unidos. La evidencia demuestra que los inmigrantes son, hoy en día, menos propensos a cometer crímenes violentos que aquellos nacidos en Estados Unidos. Pretender lo contrario es mentir. En el caso de Trump y los republicanos, pretender lo contrario es aún peor: es reforzar una narrativa del prejuicio y el odio racial que tendrá consecuencias duraderas en un país cuyas heridas, en ese y otros terrenos, siguen a flor de piel.