A la última hora posible, después de haber vivido el debate presidencial en la empapada carpa de prensa afuera del Palacio de Minería, algunos apuntes a vuelapluma.

1.— El encuentro de ayer es, quizá, el primer debate presidencial auténtico que ha tenido la democracia mexicana. El INE cumplió su promesa y produjo un encuentro en el que otorgó libertad plena de pregunta a los tres moderadores y espacio para la confrontación de ideas a los cinco candidatos. Aunque el formato de tiempos de pronto resultó confuso (sobre todo para aquellos candidatos que no supieron administrarlo correctamente) el debate del domingo 22 en el Palacio de Minería fue histórico. Es buena noticia para todos: si algo quedó claro es a qué grado nos hacen falta espacios como el del domingo 22.

2.— Como expliqué la semana pasada en este mismo espacio, Ricardo Anaya necesitaba perder poco tiempo en defenderse de las acusaciones de lavado de dinero y aprovechar el resto en atacar de manera puntual a quien encabeza las encuestas. Me parece que logró ambas cosas. Se notó, además, su preparación con los tiempos y ritmos del debate. Es evidente que Anaya ensayó hasta el cansancio para mantener sus respuestas y provocaciones dentro del tiempo que cada segmento le permitía.

3.— José Antonio Meade tuvo un problema de tono. Mala cosa cuando los desafíos, las explicaciones, los chistes y la irritación de un candidato suenan exactamente igual. Meade también dejó pasar la oportunidad de responder directamente sobre la honestidad del gobierno peñanietista. Sigue embrollado en la contradicción de ser un hombre aparentemente honesto y preparado defendiendo a un partido indefendible. Puede ser una omisión costosa.

4.— Está claro que, palabras más palabras menos, Andrés Manuel López Obrador tiene la certeza de que la elección se ha terminado. Al menos esta vez, López Obrador fue a hacer acto de presencia, no a debatir. Y no debatió porque calculó que la probabilidad de emerger inmune del primer debate crecía en la medida en que se resistiera a la confrontación. Por eso respondió poco y habló solo lo necesario, mayormente repitiendo los grandes temas de su campaña. La estrategia tiene sentido pero puede también tener un límite. La línea entre el cuidado de una ventaja y la posible percepción de indolencia puede ser muy delgada. Además, López Obrador manejó con descuido asuntos elementales: no sabía cuándo estaba en cámara ni cuándo iba a terminarse el tiempo para esta o aquella intervención. Parecen detalles nimios, pero en televisión no lo son tanto. En cualquier caso, López Obrador con toda seguridad mantendrá ventaja en las encuestas.

5.— De los candidatos independientes, Jaime Rodríguez Calderón resultará probablemente el más memorable, aunque no sea por las mejores razones. Era previsible que fuera provocador, incluso hasta el absurdo grotesco con aquello de la amputación. Habría que agradecerle, sin embargo, su intención de debatir con los otros candidatos, planteando preguntas y alentando la confrontación de ideas (muy a su manera).

Margarita Zavala entendió la óptica del debate mejor que los demás candidatos: le habló a la cámara y le habló al electorado directamente. Pero también trastabilló por momentos y, una vez más, no pudo explicar con la claridad necesaria la diferencia entre su potencial gobierno y el que encabezó Felipe Calderón. Su titubeo al responder la pregunta del hipotético matrimonio homosexual de uno de sus hijos seguramente tampoco le ayudará.

6.— El siguiente debate tendrá un formato diferente. Se podrán escuchar preguntas de viva voz, no de periodistas sino de ciudadanos con preocupaciones y vivencias enteramente personales y concretas, dolores tangibles, dudas claras y urgentes. El debate con formato de asamblea será un experimento democrático interesante, que en otros países ha producido encuentros memorables. La cita es el 20 de mayo.

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