Por doloroso que sea, no hay terreno más fértil para el renacimiento que una crisis. El sismo de 19 de septiembre de 2017 debe ser el parteaguas de la historia mexicana en el siglo XXI. Debe serlo, primero, para la generación joven que ahora, tras la celebración de sus logros en las pasadas dos semanas, deberá decidir qué hacer con el resto de sus vidas. La generación millenial ha demostrado ser potencialmente notable, pero no es excepcional. No pocas veces, la historia de México ha pertenecido a los jóvenes. En 1985, por supuesto, fueron también los jóvenes los que encabezaron el rescate de los miles de mexicanos bajo los escombros (en una época —hay que decirlo claramente— en la que el gobierno respondió con una lentitud muchísimo más grave que cualquier cosa que hayamos visto ahora). En suma, los millenials de hoy son miembros de una noble tradición de la juventud mexicana, pero no son su apoteosis.
Para alcanzar a plenitud su potencial tendrán que preguntarse cuál será el capítulo siguiente. Caminos sobran, pero no todos son glamorosos ni se prestan para las selfies. Pienso, por ejemplo, en la necesidad que habrá de maestros en las áreas devastadas; urbanas pero, sobre todo, rurales. ¿Por qué no comenzar un proyecto ambicioso y permanente de voluntariado docente similar a lo que en Estados Unidos se llama Teach for America? Otra vía es la apuesta por la participación política formal. El discurso de rechazo absoluto a las instituciones es sabroso como consigna tuitera, pero tiene límites en la práctica. Sí: hoy ha quedado clara la obsolescencia de nuestros políticos y su discurso, pero eso no equivale a dar por muerta la política en sí ni la vía democrática. Sin el ’68 y las voces de sus líderes no se entiende el descrédito del sistema político mexicano que concluyó (al menos en esa etapa de nuestra vida democrática) con la alternancia en el 2000. Sin el hartazgo de 1985, tampoco se entiende el cisma político de 1988, que nos define aún. ¿Qué sigue, entonces, para los jóvenes del 19-S? ¿Optarán —justo ahora, que el ánimo es propicio— por la entrega que implica una vida de servicio público o preferirán la fama efímera de Instagram y el hashtag?
El otro parteaguas deseable es la redefinición irreversible de nuestro vínculo con la clase política. Pocas veces que yo recuerde ha sido tan evidente la naturaleza real de los políticos en México. No se necesita mucho para encontrar en su discurso el afán prioritario por rescatar su reputación, por pulir el hueso, por no mancharse al cruzar el pantano, por entrar en “manejo de crisis” y comenzar el “control de daños”. No se necesita tener imaginación de novelista para vislumbrar a los políticos llamando a medios de comunicación afines en los días siguientes al sismo: cobrando favores, manipulando, prometiendo, chantajeando, suplicando, armando una estrategia para rescatar de los escombros su futuro electoral. Basta verlos ahora en televisión o escucharlos en la radio deslindándose, delegando responsabilidades, fingiendo indignación, lavándose las manos, argumentando inocencia, pensando cómo salir de ésta. Son nuestros Gollum, acariciando el poder preciado sin importar absolutamente nada más.
La culpa, lamento decirlo, nos corresponde. Los políticos que hoy intentan escabullirse de su responsabilidad en el colapso o su papel ineludible en la reconstrucción cuentan, antes que nada, con nuestra ignorancia y nuestra amnesia. Apuestan a que no recordaremos quién ha gobernado las ciudades afectadas, quién ha estado encargado de cierta oficina delegacional, quién ha gobernado una entidad afectada o, por supuesto, el país. Apuestan a engañarnos con actos de ilusionismo.
Está en nosotros no permitirlo. El primer gran paso será exigir que las campañas electorales se concentren no en spots publicitarios a costa de nuestros bolsillos sino en debates libres, modernos y frecuentes en los que los candidatos tengan que enfrentar el escrutinio periodístico auténtico y, más importante aún, las quejas de cada uno de nosotros, del México que ha despertado y se niega a ser presa de la falta colectiva de memoria. Prácticamente todos tienen cuentas que pagar y explicaciones que dar. Quien no pueda hacerlo, no merece gobernar un palmo de la tierra mexicana.