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El Uber fue detenido en la calle de Varsovia. “Yulimar” —venezolana, de 19 años, rubia, de ojos verdes—, escuchó estas palabras: “Rescate de víctima”. Se abrió la portezuela. Abordaron dos agentes. Le pidieron que los acompañara al ministerio público “para que declares, porque estás en peligro”.
Medio año antes, una paisana suya, “Fabiana”, la contactó a través de Facebook. “Yulimar” había estado trabajando en una tienda de zapatos hasta que en Venezuela se acabaron, entre otras cosas, los clientes y los zapatos.
“Fabiana” le dijo que en sus fotos de Facebook lucía tan bien, que si viajara a México podría ganar “muchísima plata”. “¿Cuál es el trabajo?”, preguntó “Yulimar”. “Dama de compañía” —respondió “Fabiana”. Especificó: “Acompañar señores a comer, a salir. Cinco mil pesos por día”.
De acuerdo con “Fabiana”, “la agencia” le podía pagar el vuelo y la estadía. “Yulimar” lo pensó tres días. Su mamá, una obrera viuda a cargo de tres hijos, solo le dijo que se cuidara —“México no es tan fácil”— y que si en verdad ganaba buena plata ayudara a su familia.
“Fabiana” la recogió en el aeropuerto, acompañada por su pareja, un mexicano de unos 30 años al que llamaban “Alex”.
La condujeron a un departamento en la Escandón y la dejaron dormir varias horas. Al día siguiente la llevaron a una peluquería para que se pintara el pelo de amarillo —“dije que no, pero me dijeron que esta empresa era seria y las cosas no iban a ser como yo quisiera”—, luego fueron a un centro comercial, donde le compraron ropa íntima, y finalmente la presentaron ante un fotógrafo que la retrató con su ropa nueva y también desnuda.
El siguiente paso fue una visita a una notaría en Ciudad Neza, en donde ella presentó su pasaporte y firmó un contrato. No era necesario que lo leyera todo, le dijeron: era un solo requisito para poder anunciarla “en la página más solicitada de México”, zonadivas.com. (Dichos contratos suelen estipular que la solicitante conoce el delito de trata de personas y no está siendo sometida de ninguna manera).
Esa misma noche subieron sus fotografías. La publicación especificó que el costo del servicio era de 3,000 pesos, y que “Yulimar” proporcionaba sexo anal. “Les dije que yo no haría eso, que no era lo que habíamos hablado. Me dijeron que el gasto estaba hecho y que a fuerzas lo tenía que hacer porque ya les había firmado el contrato”.
“Fabiana” atendía las llamadas y los mensajes de WhatsApp que llegaban en busca de alguna de las tres jóvenes venezolanas que habitaban en el departamento de la Escandón (Mártires de la Conquista 109).
Pronto apareció un cliente que solicitaba a “Yulimar”. “Alex” la llevó en un Nissan gris al hotel de Patriotismo en el que luego fue asesinada una escort argentina. Según la joven, su primer cliente fue “un señor de Migración”, quien le dijo que lo buscara si algún día tenía problemas, y más tarde la trató de un modo cercano a la brutalidad.
“Alex” le envió poco después un mensaje que decía: “Te estoy esperando afuera del hotel”. Cuando ella salió, le pidió los 3,000 pesos. “Me revisó la ropa, todo, por si me había guardado algo más”. A ella le entregó solo 300 pesos.
“Fabiana” le explicó que debía cubrir el costo del vuelo, de la peluquería, de la ropa íntima y de las fotos. Y que, además de la renta del departamento, la comida, la lavandería, y los gastos que fueran surgiendo día con día, aún era necesario reservar parte de las ganancias para “el jefe” y para “la agencia”.
Existía, también, un sistema de multas y castigos. Si las jóvenes subían de peso, eran multadas. Si no limpiaban el departamento, si ponían música a volumen alto, si peleaban entre ellas, recibían nuevas multas.
“Yulimar” afirma que “Alex” le llegó a mostrar una fotografía de la casa de su familia en Venezuela: “¿Conoces esta casa? —le preguntó— ¿Sí? Entonces, mejor no te andes pasando de lista”.
De acuerdo con la joven, esa era la amenaza recurrente: “No se pasen de listas. En México hay gente que mata”.
Comenzó una rutina de dos o tres servicios diarios. Entre llamadas, las jóvenes permanecían en el departamento. No se les dejaba salir solas. Cuando iban a la tienda, dice “Yulimar”, las vigilaban los narcomenudistas que operan en Mártires de la Conquista. “Todo era el mismo negocio”, dice.
Los teléfonos de las venezolanas eran revisados cada noche, foto a foto, llamada a llamada, mensaje a mensaje. Durante su estancia en la Escandón, la joven oyó hablar de compatriotas suyas que “Alex” y “Fabiana” manejaban en departamentos de la Nápoles y la Del Valle.
“No sé cuántas eran”, dice, “pero ellos hablaban del ‘jefe’ y de ‘la agencia’, y nos daba la impresión de que todo era parte de una cosa más grande”.
Un día le dijeron que el contrato en zonadivas.com había terminado y la enviaron a un table dance de la Zona Rosa. La peor cara de la noche estaba por venir.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com