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Dos candidatas se disputan, a partir de hoy, el gobierno de la Ciudad de México. La decisión que impulsó sus candidaturas no se basó en soluciones, en programas, en propuestas específicas. Se basó en razones clientelares: en cálculos electorales.
Nadie le levantó el brazo a un proyecto político, sino a la capacidad de mover clientelas, de aglutinar grupos, de reclutar votos.
Perderemos los ciudadanos, a quienes solo nos han convertido en rehenes de dos proyectos políticos encontrados.
Claudia Sheinbaum, la virtual candidata de Morena, será la representante en la Ciudad de México de Andrés Manuel López Obrador y del personaje que éste ha designado para llevar adelante su proyecto político: su hijo Andrés.
Alejandra Barrales será la representante de un proyecto político que se apoderó del PRD y envejeció con él, y lo dejó perder su significado, aferrada siempre a las migajas que aún era posible roerle a su esqueleto.
Las dos candidatas, Sheinbaum y Barrales, son la proyección de los proyectos políticos que condujeron a la capital del país al callejón sin salida en el que hoy se encuentra.
Entre esas dos opciones tendremos que elegir los habitantes de la Ciudad de México: una metrópoli que después de 20 años de ser gobernada por la izquierda se descubre totalmente hundida en la inseguridad, sumergida en problemas de movilidad, agobiada por la contaminación, saturada por millones de toneladas de basura, rebasada por la crisis del agua, invadida por la informalidad, convulsionada por la peor epidemia de violencia que ha vivido en muchos años.
No se puede negar que ambos proyectos —si es que son dos proyectos— tuvieron en sus manos la ciudad.
Ambos se repartieron el poder y los cargos.
Construyeron una clase política que nos ha hundido en el desencanto. Que hemos aprendido a aborrecer.
La elección de Barrales como candidata al gobierno de la ciudad representa una concesión a los grupos políticos que la apoyan, para que estos mantengan sus cuotas de poder a cambio de llevar a votar a sus sumisas clientelas.
El cascajo político que pasó a formar parte de Morena apoyará la candidatura de Sheinbaum, anteponiendo intereses propios como moneda de cambio.
A menos que pensemos que invasores, ambulantes, colonos, beneficiarios de la ilegalidad y del reparto irregular de la ciudad —incentivados y explotados de Cuauhtémoc Cárdenas a Miguel Ángel Mancera— están interesados en lograr “el cambio verdadero”.
Alejandra Barrales está tocada, entre otras cosas, por escándalos de enriquecimiento inexplicable en una líder de izquierda.
Sus propiedades halladas en Miami y en Las Lomas.
Sheinbaum trae a cuestas el silencio que guardó ante la corrupción de Carlos Ímaz, el fantasma de la opacidad en la construcción de los segundos pisos, la extraña decisión de privilegiar el uso del automóvil particular en una ciudad que pide a gritos transporte público masivo.
Una decisión más cuestionable aún viniendo nada menos que de la secretaria de Medio de Ambiente del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Sheinbaum arrastra también la tragedia ocurrida en el Colegio Rébsamen durante el sismo de septiembre pasado, en el que 19 menores perdieron la vida por presuntas omisiones cometidas por la delegación que, desde dos años atrás, ella encabezaba.
Y arrastra, por último, su conocida tradición de obediencia, de perpetuo acuerdo con Andrés Manuel López Obrador.
La Ciudad de México es resultado de lo que uno y otro grupo ha construido.
Hoy ambas facciones se presentan con la cara lavada, prometiendo sacarnos del hoyo en el que minuciosamente nos metieron.
Como decían en las estaciones de radio de mi tiempo:
¿Por cuál vota?
@hdemauleondemauleon@hotmail.com