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Los tratantes de personas pagan entre 14 y 19 mil pesos a agentes de Migración destacados en el aeropuerto de la Ciudad de México para facilitar la entrada al país de jóvenes venezolanas “enganchadas” con fines de explotación sexual.
En este espacio se han relatado, durante las últimas semanas, historias de mujeres que, atraídas por tentadoras ofertas de empleo que les permiten huir de la crisis en que se halla su país, terminan atrapadas en “agencias” que las ofrecen sexualmente vía internet, y las sumergen en un esquema de endeudamiento que llega a triplicar la deuda contraída originalmente con los tratantes (gastos de viaje y estancia en México).
En todos los testimonios surge la colusión entre agentes de Migración y tratantes de personas. “Yahendry”, una joven de 28 años, relató por ejemplo que las personas que la habían “enganchado” le dijeron frente a qué número de taquilla debía formarse al aterrizar. “Alguien de Migración te va estar esperando, pero te debes formar en la taquilla exacta”. Aquel día se dio una confusión y “Yahendry” estuvo a punto de ser deportada. Todo se resolvió, sin embargo, con una llamada del tratante.
A otra víctima, Yorelis, le habían recomendado llegar vestida totalmente de negro y estar alerta, porque un agente de Migración iba a hacerle señas. Según Yorelis, un hombre “moreno, robusto y canoso, que usa lentes” fue el encargado de indicarle por dónde debía pasar.
Referí también una investigación de la Policía Federal que descubrió que una víctima de trata fue entregada a Migración por sus verdugos, a fin de que la deportaran: había pagado finalmente su “deuda” y no deseaban conservarla. La deportación, sin embargo, no se dio. La víctima llegó a un “arreglo” con los agentes, se quedó en el país y comenzó a “enganchar” paisanas suyas. Esta víctima convertida en tratante se llama Yolimar: operó en hoteles de Puebla, Cuernavaca y Toluca, en contubernio con las recepcionistas.
Yolimar era dueña de un salón de belleza. Ahí se agendaban las citas. Cuando publiqué su historia, una joven —la llamaré Equis— se puso en contacto conmigo. Equis era cliente frecuente de aquel salón. Solía ver ahí a jóvenes de aspecto “exótico”, pero supuso que se trataba de simples clientas.
Al paso del tiempo se hizo amiga de Yolimar. “Me parecía una mujer inteligente y hasta llegué a sentir admiración por ella, pues era extranjera y prácticamente había empezado de la nada”, relata.
Una tarde, la dueña del salón le dijo que necesitaba crear una empresa, “porque tenía un contacto muy bueno para comprar esmeraldas en Colombia a buen precio, aunque necesitábamos comprar una buena cantidad para poderlas vender aquí en México”.
Equis no lo pensó dos veces. Parecía una buena oportunidad. Comenzó a entregar a la venezolana diversas sumas “para trámites y cosas que ella me decía”. Las esmeraldas, sin embargo, no llegaban. “Al no tener contacto con nadie más que ella, comencé a sospechar, le dije que yo no iba a dar más dinero hasta que me dejara claro todo”, cuenta Equis.
Yolimar le llamó un día y la citó en su salón. “Ya llegaron las esmeraldas”, le dijo y le señaló a ocho jóvenes. “Sentí que el mundo se me quería caer encima. Pero mantuve la calma y le pedí que me explicara… Ahí supe que había traído mujeres de Colombia y Venezuela para prostituirlas, que el dinero era para los boletos, la ropa, extensiones de cabello, blanqueamiento dental, manicure, pedicure, tintes, publicación en la página (zonadivas.com), fotografías profesionales, renta de departamento y el pago a una persona de Migración para que no tuvieran problema al pasar”.
Cada “pase” por las taquillas del aeropuerto le costaba a Yolimar, según Equis, entre 14 y 19 mil pesos. De acuerdo con su relato, ella le dijo a Yolimar que no quería verse involucrada en eso, que solo quería recuperar su dinero. La tratante le pidió dos meses. Pero pasaron esos meses y el pago no llegó.
“Empezó a ser grosera y amenazante… Dejé de verla, le cobraba por llamadas o por mensaje (le había dado más de 300 mil pesos), hasta que me contestó diciéndome que me iba a matar y me puso al teléfono a su novio, que me dijo lo mismo”. El novio alardeaba de ser narco y estar “muy conectado”. “Tuve que irme de Cuernavaca. El dinero no me importó. Solo quería estar a salvo con mi familia”, concluye Equis.
En noviembre pasado la Policía Federal rescató a 24 sudamericanas de las garras de tratantes. En todas sus historias apareció siempre un agente de Migración. Siempre esperando, junto a una taquilla, a las jóvenes a las que abría las puertas del infierno.