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La noche de Reyes, en la esquina de Nahuatlacas y Rey Nezahualcóyotl, en Coyoacán, las cámaras de vigilancia de la ciudad registraron que un hombre acababa de derrumbarse y se oprimía el vientre. Una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública fue enviada al lugar. Encontraron a una persona herida por disparo de arma de fuego. Le habían dado un tiro en el estómago.
Era el editor de EL UNIVERSAL, José Gerardo Martínez Arriaga. Los agentes constataron que su condición era extremadamente delicada. No había tiempo para esperar la llegada de una ambulancia. Decidieron trasladarlo ellos mismos al hospital de Xoco. Eran las 4:25 de la madrugada.
José Gerardo se hallaba en estado de shock, pidió ayuda, balbuceó que lo habían agredido. El periodista, de 35 años de edad, asistió esa madrugada al tianguis de La Bola, en la colonia Ajusco, para comprar los regalos de Reyes de sus sobrinos de 4, 8 y 12 años, y adquirir algunos obsequios para los hijos de sus amigos.
Ese gesto le costó la vida.
De acuerdo con el parte policiaco, aún traía consigo una mochila escolar de tela color café, en la cual había “una muñeca tipo Barbie”, y una bolsa con dulces. Se cree que pudo haberse resistido a un asalto, puesto que conservaba la cartera y el teléfono celular.
En la cartera, los agentes de la SSP encontraron la credencial que lo acreditaba como editor de este diario y comunicaron el incidente.
José Gerardo luchó por su vida durante 85 minutos. Murió a las 5:50.
Martínez Arriaga había llegado a la agencia de noticias de El Universal (SUN) hacía cinco años. Sus compañeros lo recuerdan como un joven apasionado y honesto. Intentaba a toda costa que las notas que pasaban por sus manos no revictimizaran a las personas. Sostenía acaloradas discusiones con Víctor Hernández Ángeles, su superior inmediato, para lograr que cada nota tuviera el enfoque adecuado.
Aquella noche se quedó en el periódico hasta el cierre de edición. Designó a los fotógrafos que cubrirían los partidos de futbol que iban a celebrarse al día siguiente, y se despidió:
—Nos vemos el lunes —le dijo a su jefe.
Salió del edificio poco después de la una de la mañana.
Había comprado ya algunos juguetes —uno de sus compañeros vio que llevaba “un Batman o algo así”—, pero decidió conseguir algunos más en el tianguis de La Bola, que por la fecha permaneció abierto toda la noche.
La Secretaría de Seguridad Pública había desplegado aquella noche de Reyes a 20 mil policías, que repartió en distintas plazas comerciales “con el fin de evitar actos delictivos”. Movilizó también a mil 614 agentes, “apoyados por dos mil 86 unidades”.
Anunció que elementos de la Policía Bancaria e Industrial, la policía Auxiliar, el ERUM, la Dirección General de Servicios Aéreos y la Subsecretaría de Control de Tránsito, buscarían proteger “a las personas que hagan compras”.
Aseguró que los operadores del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano C-5, así como los Centros de Comando y Control, C-2, supervisarían las calles a través del monitoreo de cámaras de videovigilancia.
Nada de esto pudo salvarle la vida a José Gerardo. Nadie vio y nadie impidió el asalto. El registro llegó cuando la bala ya estaba en su cuerpo y él trastabillaba en una esquina.
La madre del periodista se levantó dos veces aquella madrugada. Constató que su hijo no había llegado.
Ya no pudo dormir. La pesadilla había comenzado.
Al poco tiempo llegó una llamada desde EL UNIVERSAL, que informó que José Gerardo se hallaba en el hospital de Xoco. “No sabíamos cuál era su estatus”, recuerda su hermana.
Se los informaron en la mañana fría y descarnada de un hospital en el que los encargados de la atención al público tratan la muerte como un trámite burocrático más.
La policía ubicó la existencia de una cámara privada que se halla próxima al sitio en que José Gerardo Martínez fue herido. El video muestra a dos sujetos que se dan a la fuga en una moto oscura. Localizó también un casquillo. La procuraduría capitalina afirma que está analizando las cámaras de videovigilancia que hay en la zona, en busca de mayores elementos.
Por lo pronto solo hay una bala, la imagen de una moto y otra vida perdida.
Otra vida perdida y una familia deshecha en una ciudad que el año pasado alcanzó la tasa de homicidios más alta en los últimos 20 años. Una ciudad cuyo gobierno permitió que 2017 se convirtiera en el año más letal para sus ciudadanos.
Una ciudad en la que hay sangre, demasiada sangre, y muchas lágrimas.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com