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Hace dos años, mientras su gobierno atravesaba una grave crisis de credibilidad, el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, exigió a los miembros de su gabinete que presentaran su renuncia.
Aseguró que había decidido evaluarlos: revisar el cumplimiento de metas, tareas, compromisos. Mancera dejó entrever, sin embargo, que en el fondo de esta decisión había dos temas: la lealtad y la honestidad.
Había cedido cargos dentro de su gobierno al PRD, a Marcelo Ebrard y a Andrés Manuel López Obrador. Así que buena parte de sus colaboradores estaban sirviendo al proyecto político de alguien que no era el jefe de gobierno —e incluso al proyecto político de ellos mismos—.
En julio de 2015, Mancera quiso dar un golpe de timón. Parecía haber llegado la hora de las definiciones.
Hoy sabemos que nada cambió. En una entrevista concedida a EL UNIVERSAL horas antes de rendir su Quinto Informe de Gobierno, Mancera reveló que “un gran número de personas” ocupó los puestos en su gabinete para impulsar a Morena y conseguir un nuevo “hueso” para ellos mismos.
“Cada quien sus lealtades y cada quien sus cuentas cuando las tenga que rendir”, expresó. Y, luego, con un dejo de amargura, agradeció “a los que se tengan que ir”.
“Así como se fueron de ésta, se van a ir de la que sigue… el tiempo hablará”, dijo Mancera.
Apenas el pasado 17 de junio había circulado la noticia de que el jefe de gabinete, Luis Serna, el hombre más cercano al jefe de gobierno, acababa de presentar su renuncia.
Aquel sábado, desesperado ante la falta de compromiso de los secretarios, Serna tomó la decisión, sin consultar a nadie, de exigirles su renuncia “para que el jefe de gobierno pudiera evaluar el trabajo de cada uno”.
No se tardó en filtrar la crisis en que estaba hundido el gabinete. Serna comprendió que había cometido un error político que dañaba aún más la imagen del mandatario capitalino y presentó a su vez su renuncia.
“Me equivoqué —les dijo a sus cercanos—, quise ayudar a la ciudad. Me desesperé con los miembros del gabinete que se han quedado cortos. Créanme que más de uno debe renunciar”.
Miguel Ángel Mancera no aceptó la renuncia. El gobierno capitalino movilizó de inmediato a sus voceros para que afirmaran que difundieran que la “supuesta” renuncia de Serna era sólo un falso rumor.
El tema se apagó. Pero el quiebre en el gabinete mancerista era una realidad.
El 12 de febrero de 2017, el secretario de Turismo, Miguel Torruco, anunció a través de twitter su separación del gobierno capitalino: “Decidí renunciar como secretario de Turismo CDMX para incorporarme al equipo de asesores de @lopezobrador”.
En realidad, había sido el propio Mancera quien le solicitó, por teléfono, la renuncia. En una tarjeta informativa el Gobierno de la Ciudad señaló que el cargo de Torruco era incompatible con “su papel de asesor de Andrés Manuel López Obrador”.
Mancera había recibido informes de que su secretario de Turismo organizaba acercamientos y colectas para AMLO.
Un mes más tarde, la subsecretaria de Asuntos Metropolitanos y Enlace Gubernamental fue fotografiada en un mitin de Andrés Manuel. Se había presentado todavía en su calidad de funcionaria del gobierno capitalino (sólo hizo llegar su renuncia horas después).
En el círculo cercano a Mancera se habla, además de estas rupturas visibles, de secretarías que han empleado programas y recursos para atender clientelas de López Obrador, y de funcionarios que operan en la sombra para preparar el triunfo de Morena y la vuelta de Ebrard. De secretarios “que brillan por su ineptitud o por su ausencia, o que en lugar de atender sus obligaciones llevan meses buscando, desde los medios, convertirse en sucesores del jefe de gobierno”.
La declaración de Mancera es en resumen la historia secreta de su gobierno. Como él mismo dice, “el tiempo hablará”.
Ese relato se hará visible en las semanas, los meses que vienen.
@hdemauleon demauleon@hotmail.com