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La semana pasada, como se sabe, en la Convención Bancaria de Acapulco, AMLO declaró que “si las elecciones son libres, son limpias y pierdo, me voy a Palenque, tranquilo. Pero si se atreven a hacer un fraude electoral, yo me voy también a Palenque, y a ver quién va a amarrar al tigre. El que suelte al tigre, que lo amarre, ya no voy a estar yo deteniendo a la gente”.
Bueno, la declaración es curiosa. Su contexto histórico remite a la certeza del saliente Porfirio Díaz en el sentido de que Madero no podría controlar al tigre sublevado, bengala de la violencia inmanejable y campeón de la fuerza bruta.
Porfirio Díaz se asumía en esa analogía como el domador por excelencia del tigre, un tigre al que su dictadura no había logrado amaestrar en un lindo gatito ordenado y civil, gracias, claro está, a que el mismo incivil Díaz se encargó de enfadarlo, proclamándose su paternal y único domador ad infinitum.
No deja de ser elocuente que AMLO se equipare, en ese sentido, al domador Díaz, tan reaccionario, y al pueblo en el mismo tigre que un siglo más tarde —según AMLO— no aprende democracia. AMLO también se asume domador, no desde el poder político (todavía), pero sí ya desde otro poder, el del movimiento social. (Que el nombre virginal de su partido político personal inicie con la palabra “movimiento” no es azaroso: es un partido-movimiento en el mismo sentido que lo son los “partidos-movimientos” de la izquierda latinoamericana que, como Porfirio Díaz, modifican sus constituciones para perpetuarse en el poder.)
En todo caso, la analogía supone que el tigre es real y que está ahí, listo para atacar apenas lo ordene el domador. Si no hay “fraude”, el domador conserva al tigre en la jaula, amaestrándolo con amor, diciéndole “bichito, bichito”, llenándole las fauces y limándole las garras con beneficios sociales, adecuadamente provistos por los subdomadores expertos en organizar y administrar multitudinarias organizaciones y sindicatos rugientes.
Pero si hay fraude, él y sus subdomadores desamarrarán al tigre y lo echarán a la calle para que se ponga a hacer lo que saben hacer los tigres. Y el maestro domador, en Palenque, y los subdomadores en el Zócalo, Reforma, las universidades, etc., dirán que sobre aviso no hubo engaño.
El problema es saber quién va a decir si hubo fraude o limpieza, desde luego. Si AMLO decide que hubo fraude lo hará desde una superior sabiduría personal, pues lleva años detentando el monopolio de juzgar como fraude (o, en su defecto, complot) todo aquello que no se someta a su voluntad. A esa superioridad iluminada e infalible, digna de don Porfirio, sólo se oponen las laboriosas instituciones civiles que tantos años y esfuerzo y dinero nos costó crear a los viles mortales para que organicen y vigilen las elecciones, así como la justicia de sus resultados. En vano: según el Domador en Jefe, esas instituciones también son fraudulentas.
Sus ideólogos ultras, de hecho, llevan cinco años pregonando que el próximo primero de julio ya hubo fraude. Un fraude autoprofético y con logaritmos visionarios que ya comprobó lo que aún no ocurre. Ya desde ahora, esos ultras están convocando al pueblo a apoderarse de plazas y calles el día de la elección para a) celebrar el triunfo, o b) comenzar a rugir y repartir tarascazos.
Como esos ultras niegan que exista la democracia en México, ese día celebrarán otra profecía autocumplida. La mayoría estadística de los votantes creen que lo prudente es votar y aguardar los resultados en su casa. La minoría, en cambio, votará y de inmediato llenará plazas y calles de mítines y marchas, exhibiendo al tigre amenazante. Puede ser minoritario ese tigre, pero ruge más que la mayoría pacientes. Y no son pocos los subdomadores que administran colectivos y sindicatos capaces de atestar, muy velozmente, las gradas del circo.
Esa ultra que rodea a AMLO, aquella para la que el fraude ya ocurrió, ha sentenciado que si las instituciones electorales no otorgan el triunfo a AMLO, su decisión habrá sido espuria y que esa decisión espuria equivale a un fraude legítimo.
Es lo que más querría esa ultra, más aún que el triunfo de AMLO. Matan dos pájaros de un tiro: primero, se deshacen de AMLO —un domador viejo que deja salir al tigre y luego se va a “La Chingada” con su pacifismo y su Gandhi y sus asesores incómodos (Moctezumas, Levys, Romos, etc.). Y, segundo, se quedan con el tigre suelto armando un buen desmadre.
Ya luego le dirán por dónde hay que irse para llegar “hasta la victoria siempre”.