Hay un programa semanal de televisión que se llama Diálogos por la democracia que produce TVUNAM y que complementa una serie de encuentros y mesas redondas con el mismo nombre en nuestra Máxima Casa de Estudios. Ambos los dirige el digno, renombrado y destacadísimo académico doctor y doctor John Ackerman, colaborador por escrito y por hablado de inumerables medios impresos y televisivos nacionales e internacionales en los que acostumbra denunciar sonoramente que en México no hay ni libertad de expresión ni democracia.

Se trata de un programa de televisión “crítico y plural”, uno que —dice su conductor con su reconocida elegancia retórica y su gutural elocuencia— “es libre como el viento”. Es decir, que su programa se halla “libre de esa censura que controla los mensajes que muchas veces llegan a sus televisoras, libre de esa mordaza que no permite a muchos locutores expresarse plenamente, libre de ese chayote que lubrica las lenguas y las plumas de tantos periodistas”.

El objetivo del programa es explorar en la mente de los votantes “si ahora sí se respetará la voluntad popular o si de nuevo habrá habrá fraude, protestas, un gobierno ilegítimo y una sociedad agraviada: el tigre, pues, ese tigre de la indignación social que después de las elecciones de 88, 2006 y 2012 andaba por los bosques, las ciudades y las universidades del país”.

El doctor Ackerman manda pues a sus reporteros a hacer la pregunta a “los universitarios —que, aclara con simpatía— quizás no sean tigres, pero sí son pumas, ¿eh?, y ambas especies de felinos son igual de críticas y rebeldes”. Y... ¡caramba, los entrevistados consideran que sí va a haber fraude! “¡Impresionante! ¿no?”, concluye el analista, “¡Los jóvenes confían muy poco en las autoridades públicas y mucho menos en las instituciones electorales!”. He ahí un ejemplo inmejorable de cómo se practica el arte de la ciencia social.

No menos científico y social es pronosticar el futuro desde las certidumbres previas. Que sí habrá fraude en julio lo vislumbró el profesor hace años. En marzo de 2017, por ejemplo, en la revista Proceso, avanzó esta exclusiva: “El régimen autoritario prepara un enorme fraude para imponer en Los Pinos a quien resulte ser el candidato de la continuidad en 2018” y presentó como un hecho que “el régimen autoritario ya viene ensayando nuevas estrategias de fraude para complementar las ya utilizadas en 1988, 2006 y 2012, y así evitar tener que reconocer su inminente derrota en 2018.”

Qué indignante y deprimente. Tanto trabajo, los millones de pesos, el buti de instituciones vigilantes, y el pueblo votando, y todo para un fraude que ya ocurrió dentro de 10 semanas.

Y sin embargo, a pesar del “proceso de terrorismo electoral” que ha lanzado el gobierno… ¡hay esperanza!

¿En qué consiste? Muy fácil: como explica el científico social, “para derrotar la cuarta generación de fraude electoral” se procederá de esta manera: “El día de las elecciones presidenciales no podemos limitarnos a solamente depositar nuestros votos, sino que también tenemos que reu­nirnos en todas las plazas públicas del país, pacíficamente y con gran alegría, para demostrar tanto al Instituto Nacional Electoral como al régimen de oprobio que ha llegado la hora para que mande el pueblo.”

¡Todos a la plaza! ¡Mandará el pueblo!

El 1 de julio, después de votar con gran alegría en este país sin democracia, deberemos “generar suficiente fuerza social” pues “la sociedad no puede dejar solo a López Obrador y tenemos que acompañarlo y asegurar que se haga valer la soberanía popular en el 2018 y no limitarnos sólo a votar, por lo que después de votar tenemos que concentrarnos en plazas públicas” (dice en otra entrevista).

Eso es hermoso: ¡no dejar solo a AMLO!

Y concluye: “No podemos confiar en el INE, pero sí ha llegado la hora para confiar en nosotros mismos. Quienes se resisten al cambio son en realidad muy pocas personas, aunque cuentan con grandes recursos y buscarán infundir miedo y zozobra entre la población. Nosotros somos más y, si nos organizamos, podemos ahogar fácilmente el miedo y las mentiras con una enorme ola de alegría y participación ciudadana. ¡Hasta la victoria, siempre.”

Pues sí: ¡hasta la victoria siempre!

Siempre.

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