El siguiente párrafo no responde a la declaración de un sacerdote o de un militante de un partido confesional, sino a las palabras vertidas por un candidato a la Presidencia de una República laica que logró afortunadamente la separación iglesia-Estado después de terribles baños de sangre, mediante los cuales México logró sacudirse del cuello a esa gigantesca sanguijuela, al clero católico, que succionaba ferozmente la mejor sangre de la nación:

“Cuando estemos en la Presidencia de la República conseguiremos el bienestar del alma a través de una República amorosa”. “Con la constitución moral haremos frente a la codicia y al odio que nos ha llevado a la degradación progresiva y fortaleceremos una convivencia futura sustentada en el amor para alcanzar la verdadera felicidad”.

Todo parece indicar que cuando se “legisle” la constitución moral y la sociedad se someta amorosamente a ella, ya no habrán secuestros ni cobros por derecho de piso ni se venderán litros de gasolina de 700 ml ni los constructores colocarán alambrón en lugar de varilla ni habrán ejecuciones en plena vía pública entre bandas de rufianes. ¿Cuáles rufianes? Ya no habrán delincuentes ni criminales.

En la República amorosa regulada por esa constitución moral, ya no existirán narcos ni ladrones callejeros ni extorsionadores porque habrán desaparecido como por arte de magia la codicia y el odio condenados por monseñor AMLO. Ya no se venderán los abogados a la contraparte ni los doctores operarán quirúrgicamente a sus pacientes para hacerse de dinero mal habido, a sabiendas que los pueden curar con medicamentos, ni los ganaderos engordarán a sus reses con hormonas para aumentar su peso ni se utilizarán fertilizantes cancerígenos en los campos para aumentar la producción.

Se deben cumplir las disposiciones de la constitución moral, pero si no se cumplen, finalmente no sucede nada porque dicho “ordenamiento carecería de coactividad, es decir, de obligatoriedad, por lo tanto sería un conjunto de buenos deseos, eso sí, de gran utilidad electoral.

Si el México racional perdiera las elecciones del 1 de julio y México padeciera la tragedia de ver a López Obrador convertido en Jefe de la Nación, horror de horrores, y se “promulgara” la tal “Carta Magna”, ¿veríamos enormes filas de narcotraficantes arrepentidos llegar de rodillas a Palacio Nacional a pedirle perdón a monseñor López? Los huachicoleros, los gobernantes o jueces corruptos, desfilarían cabizbajos y meditabundos a la espera de una audiencia con “Su Santidad López”? Los curas violadores que abusaron de menores de edad y que nunca temieron despertar la ira de Dios con su conducta ni les importó cometer crímenes imperdonables sancionados por la ley, ¿ahora sí irán en respetuosa peregrinación a postrarse ante el trono rodeado por arcángeles, en donde aparecerá sentado el Padre de la Patria, AMLO, el Salvador, la nueva deidad del siglo XXI con la cabeza cubierta por laureles de oro y con la mirada extraviada en la inmensidad del Valle del Anáhuac?

Aquí va un proyecto del artículo primero de dicha constitución moral: “En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas deben ser felices, éticas y honradas por el simple hecho de haber nacido en México. Los extranjeros que entren al territorio nacional están obligados a ser dichosos y a sonreír con las debidas protecciones establecidas por las leyes”.

Por el solo hecho de vivir en territorio nacional se activará un proceso de purificación y beatificación, en donde nadie volverá a cometer crímenes ni a sentir odio ni envidia ni a ser víctima de la codicia ni a proponer sobornos. Ciudadanos y extranjeros recibirán una intensa luz blanca que los seguirá ad eternum, con la cual evitarán caer en cualquier tentación.

Si la constitución moral es un insulto a la inteligencia nacional, Monseñor López, quien debería ser quemado en leña verde en el zócalo capitalino, sabe que muchas personas justificadamente desesperadas por la terrible expansión de la delincuencia en el país, pero eso sí, empadronadas, votarán a favor de una constitución moral como si ésta fuera la clave para la regeneración ética del país. En realidad se trata de otra maniobra electorera.

Deroguemos la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanan. ¿Para qué la queremos si la constitución moral hará el milagro de convertir a todos los mexicanos en personas con una sólida vertebración ética?

Cerremos las puertas de los tribunales, de los cuarteles de policía, del Ejército y de la Marina, es más, cancelemos el gobierno y ahorraremos fortunas. ¡Adiós a la burocracia! Los contribuyentes irán a pagar devotamente sus impuestos sin mediar requerimiento alguno. Todos los ciudadanos nos convertiremos en Carmelitas Descalzas. Enterremos boca abajo a Juárez, al Benemérito y olvidemos su feroz lucha para lograr la separación iglesia-Estado. Cualquier comparación con algunas naciones musulmanas en donde lapidaban hasta la muerte a las mujeres infieles porque así lo disponen sus leyes religiosas coactivas, resultará inútil. En los templos obradoristas privará la paz, el amor y la reconciliación entre todos los mexicanos.

¿Contradicciones para ejecutar la regeneración moral? ¡Algunas! Morena se ha convertido en una camión de basura que recoge detritus políticos en cada esquina, pero que santifica y beatifica a delincuentes con la sola entrega de su credencial que acredita la membresía. ¿Con esa pandilla de delincuentes o prófugos de la justicia van a moralizar a la nación? Quienes legislaron la moral fueron Jesús, Zoroastro, Buda, Mahoma, Moisés, los santones y, por supuesto, ahora López Obrador. No olvidemos que Maduro (Maburro) también llama a la renovación moral de la sociedad…

No nos engañemos: la única manera de moralizar a la sociedad es por medio de un Estado de Derecho. Resulta imperativa la presencia de un zar anticorrupción nombrado por la sociedad en elecciones abiertas. Para moralizar a la sociedad mexicana apliquemos la ley sin distinciones.

Twitter: @fmartinmoreno www.franciscomartinmoreno.com

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