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Hace un par de noches, Regina, mi hija, me llamó a la oficina para pedirme que llegara a la casa no tan tarde. Le había ido mal en la gimnasia y quería que le diera un abrazo antes de acostarse.
Mandé todavía dos correos, me paré en la gasolinera, escuché cinco canciones en el tráfico y entré por fin a la casa a las 10 pm. Cuando la encontré ya dormida, lamenté no haberme apurado.
“¿A dónde van los besos que le das a un hijo mientras duerme?”, pensé sentado en el borde de su cama, donde descubrí un pequeño cartel pegado a su cabecera, escrito a colores con su letra: “Lista para ser una gran gimnasta”. La lista aplicaba igual para ser un buen corredor, un futbolista, un abogado o, simplemente, una persona sobresaliente:
Entrenar. Quien aspire a ser un gran gimnasta tendrá que repetir sus ejercicios hasta el cansancio, acostumbrar a sus músculos y hacer a los pensamientos a la idea de que eso se es: gimnasta (o lo que se prefiera). Repita sus rutinas para volverlas su realidad.
Hidratarse. Si somos 65% agua, es necesario que algo nos mueva para fluir. Y si los océanos son capaces de cambiar tanto, las personas podemos transformarnos en lo que queramos. Tome agua para no acalambrarse.
Comer. Aunque sabemos qué nos nutre, a veces acabamos comiendo lo que nos hace daño. Aliméntese sanamente. Con tres comidas y dos tentempiés se sentirá fuerte, consuma películas inspiradoras, música y conversaciones que alimenten su espíritu y mente.
Dormir. La vida es un pestañeo en el que unos se quedan dormidos y otros cumplen sueños. Para quien no persigue un sueño, la vida se trata de salir por la mañana de la cama y en la noche volver a meterse. Tome siestas, éstas reponen.
Creer. Una de las plagas más mortíferas de los sueños es la desconfianza. Confíe en usted, creer que cualquier cosa se puede es el principio para conseguirla.
Sería muy esclarecedor para los hijos si descubrieran el amor con que los contemplamos mientras duermen, tanto como los mensajes que ellos nos transmiten sin darse cuenta.