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Llevo muchos años saliendo a correr de manera habitual. Quizá veinte. Durante todo este tiempo he saludado infinidad de personas que se atraviesan a mi paso por las calles. Unas me devuelven el saludo con una sonrisa —incluso, a veces, se me anticipan—, otras no dicen nada, algunas no escuchan aunque no traigan audífonos y hay hasta las que se voltean ofendidas.
Cuando dos miradas se cruzan, lo natural es que surja un “hola”. Pero nos hemos vuelto algo artificiales. Y, tal vez, demasiado tecnológicos. Con mayor frecuencia, si no vamos absortos en el celular, mejor esquivamos los ojos que se fijan en nosotros, con tal de no establecer contacto visual. Esa tendencia a buscar la mirada de los otros se ha perdido y, si no hay miradas compartidas, que es lo primero que nos une, nos desconectamos.
A lo mejor es lo que tendríamos que empezar a hacer como sociedad: vernos a los ojos, aunque sea un instante para reconocernos, y decirnos “hola”. Estamos tan confrontados que necesitamos volver a comenzar por lo más básico. Difícilmente evolucionaremos viendo pantallas (a no ser que proyecten películas de Guillermo del Toro), pero sí mirándonos a los ojos. Puede que haya mucho más magia en el encuentro de dos miradas que en todo el buscador de Google.
Entre corredores ese fenómeno suele ser inverso y podemos presumir que somos una gran familia. Puede ir uno corriendo de un lado de la avenida y otro en el contrario y, casi seguro, uno de los dos levantará la mano y el segundo le corresponderá enseguida. Por más trivial que suene, hacer contacto visual con un extraño puede ser extraordinariamente emocionante. Lo mismo que decirle “Hola”. O “Vas”, cuando detrás del volante del coche le cedes el paso a un peatón (corredor o no) y éste reacciona con una leve inclinación de la cabeza y un “Gracias” mientras te mira a los ojos a través del parabrisas. No hace falta una guerra o un temblor o un cataclismo político para que nos unamos, en el cruce de dos calles podemos reconciliarnos y sentir un poco de amor.
El Ho’oponopomo es una técnica hawaiana de reconciliación individual y colectiva que consiste en dirigir a los demás o a nosotros mismos las siguientes palabras: “Lo siento. Perdón. Te amo. Gracias”. Posiblemente aquí por ahora nos sirva: “Hola. Vas. Gracias”.
Y que el primer “buenos días” sea para el del otro lado de la cama.
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