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Correr es muy parecido a vivir: hay quienes lo hacen aprisa, los que se lo toman con calma y no se fijan en el tiempo, los que lo sufren, los que disfrutan el camino y los que lloran de emoción. A unos les gusta ir solos, otros tienen que ir, a como dé lugar, en compañía. Para algunos es un show, y selfies, para otros es todo un espectáculo, la sencilla maravilla de sentirse vivo.
Hay para quienes se trata de rebasar sus límites y para los que buscan bajar de peso, porque la cosa es verse bien. Están los que lo hacen para ligar y tener sexo, o los que desean experimentar los efectos de las endorfinas: el amor. Unos corren por moda, otros por causas y otros para encontrar el sentido. O la inspiración.
Algunos corren por herencia, otros porque no quieren ser como sus padres, y varios más para darle ejemplo a sus hijos. Unos toman la ruta larga, hay quienes prefieren los atajos y los que varían todos los días el trayecto para no aburrirse. No faltan los que hablan por teléfono, la mayoría van oyendo música, unos Despacito, otros a Emmanuel y Mijares (no entiendo cómo siguen llenando el Auditorio) y los menos a Queen, a LCD Soundsystem o a Pulp.
Hay quienes optan por el silencio, ya sea para ir en paz, para escuchar su voz interna, para rezar o, lo mismo, para no acelerar el corazón y rendir más y romper sus récords.
Están los que se detienen, los que se pican con otros y compiten, los que presumen en Facebook, los que le dan vueltas y vueltas a lo que le van a contestarle a su pareja en Whatsapp porque se la pasan de pleito, los que planean su futuro, los que agarran fuerzas cada mañana para ir a luchar por sus sueños, los que no paran de pensar, los que imaginan y fantasean, como yo, que apenas ayer en el Sope, en el transcurso de seis kilómetros, corrí un maratón completo representando en los Olímpicos a México, y rebasé en los últimos 800 metros al keniano, al etíope y, por una nariz, al chino, que en realidad era mexicano y se quedó con los ojos cuadrados cuando pasé junto a él eufórico y levanté las manos como una escalera al cielo, a sabiendas de que la medalla de oro era mía, sólo mía.
Sí, correr es muy parecido a vivir: cada quien.