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JUCHITÁN, Oaxaca.— Este es un pueblo bravo. Y sus mujeres lo son en serio. Dedicadas sobre todo al comercio, aportan a la casa, a veces más que los hombres. Ellos se dedican sobre todo al campo.
Están apostadas afuera de sus casas y de ahí no las mueve nadie. Duermen y comen en la banqueta o en la calle. No entran porque no quieren que se les caigan encima: las estructuras lucen fisuradas, fracturadas, inhabitables, muchas veces en el cascarón. Tampoco se van porque tienen un patrimonio que defender. Y no se lo van a ceder ni al gobierno ni a la rapiña, que en estos pueblos muchas veces son sinónimos.
Aquí las mujeres no se esconden detrás de los hombres. Me acerco a entrevistar a una familia, al azar, y siempre es la mujer la que toma la palabra. Con esa fortaleza curricular, su llanto significa el doble. Cuentan cómo sintieron el terremoto, cómo pensaron en sus hijos, cómo corrieron a cargarlos, a arriarlos para sacarlos de sus casas.
Camino con ellas por las calles de Juchitán: aquí se murió la mamá con el abuelo, aquí perdí a un sobrino, aquí falleció el señor cuando regresó a sacar a su hijo de la cama, este bar se cayó cuando estaban tocando jazz y sepultó a siete.
Desde fuera, cada cuadra tiene dos o tres viviendas derrumbadas. Pero aun las que conservaron la fachada y parecería que salvaron los 8.2 Richter, están quebradas por dentro, en el cascarón.
Me encuentro con el líder de los muxes, la poderosa comunidad gay. Aquí en Juchitán tener un hijo muxe es un orgullo para la familia, porque son los que meten más dinero a la casa, los que cocinan para los padres y los cuidan. Son una bendición. Oscar Cazorla preside la organización las Auténticas Intrépidas Buscadoras de Peligro. Está sentado frente al edificio donde vive. Tiene una honda cicatriz que va del segundo al último piso. Cerquita están su hotel y su salón de baile. Golpeadísimos.
¿Cómo van a reconstruir tanto? Esto no fue un huracán que rompe las ventanas pero perdona la estructura, no fue una inundación que cuando baja se seca la casa y se pierden los muebles, este fue un terremoto, el peor que recuerde cualquier mexicano vivo, que resquebrajó las estructuras de empresas y hogares.
La gente clama que la ayuda no les llega. Se ven pasar camionetas de marinos, soldados, policías federales, brigadas de Sedesol. Pero se pierden en la extensión del desastre. No se dan abasto.
El pueblo bravo se enciende contra los políticos que aparecen sólo para tomarse la foto. Quieren despensas, cocinas públicas, baños y agua para los que viven afuera de su casa. Hablan con firmeza, gritan para ser escuchados. Proponen que les otorguen condonación de impuestos y pagos de servicios, créditos, subsidios para poder levantarse de entre los escombros. En muchos de los casos es literal.
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