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La tragedia que vino con los sismos de este mes produjo también una respuesta social potente, espontánea, sin mediaciones y sin reservas.
Miles y miles de jóvenes se movilizaron de inmediato. No sólo en la Ciudad de México, donde en cuestión de minutos había manos para ayudar en todos los lugares en los que hubo derrumbes. En el resto del país las iniciativas para llevar ayuda a los afectados del 7 de septiembre en Chiapas y Oaxaca se intensificó y adaptó a lo que exigía el terremoto del día 19.
Muchos viajaron para ayudar en la emergencia. Muchos más se organizaron para el traslado de víveres, herramientas, lonas, catres, lo que hiciera falta. Y, en medio de la profunda desconfianza al gobierno, se convirtieron también en vigilantes de que esa ayuda no cayera en manos equivocadas o interesadas.
Es verdad que no sólo los jóvenes respondieron. Hubo y sigue habiendo estos días acciones de solidaridad de todos los sectores, estratos y edades, pero lo de los jóvenes, lo de los milenials (o milénicos, como también se propone llamarles en castellano) ha rebasado todas las expectativas.
Conmovieron a todo el país imágenes como las de los rescatistas improvisados trabajando con los de las fuerzas armadas y organizaciones especializadas, los puños en alto que pedían silencio en busca de vida, los gestos de respeto a los caídos en los lugares de desastre, el flujo incesante de personas acarreando ayuda a pie, en bicicletas, en motos, en vehículos.
Historias como la del milénico michoacano que recogía escombros desde su silla de ruedas, el soldado quebrado en llanto tras rescatar los cuerpos de una madre y su hija. Y tantas más.
La sociedad estaba desenamorada de sí misma. La violencia, la inseguridad, la corrupción hicieron mella. Pero la emergencia hizo que de nuevo los ciudadanos se reconocieran, se unieran y respondieran dejando asombrado al mundo entero. Y se reflejaran profundamente en la bandera, el himno y hasta las canciones populares.
Ahora viene una etapa más compleja: la de las soluciones permanentes, la reconstrucción, la búsqueda de responsabilidades donde las hubo. Los gobiernos de todos los niveles y todos los colores tienen un reto enorme para cumplir con lo que les toca.
Es demasiado temprano para avizorar en qué culminará esta impresionante movilización de los jóvenes de una generación que era tildada de egocentrista y absorbida por la autovaloración tecnológica. ¿Surgirá una, muchas organizaciones políticas? ¿Se mantendrán fuera de la arena partidista? ¿Le entrarán con carácter de independientes? ¿Regresarán a lo suyo pasado el vendaval? Nadie lo sabe a estas alturas. Lo que es un hecho es que los gobernantes tienen enfrente a una sociedad que si bien es solidaria y desinteresada, hoy más que nunca será exigente, vigilante y hasta desafiante. Ha descubierto su propio poder.
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