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En la elección presidencial de 2006, al denunciar López Obrador fraude electoral, uno de sus principales objetivos fue desprestigiar a los encuestadores. Se quejaba de que él tenía otros números y ubicaba a las encuestas como parte del complot.
Luego vino 2012 y el promedio de las encuestas daba 15 puntos de ventaja a Peña Nieto sobre AMLO. Terminó ganando por siete puntos. Algunas casas encuestadoras hasta tuvieron que salir a disculparse. Y se diagnosticó que el descalabro era tan severo que el peso político de las encuestas estaba diluido.
Pero se siguió hablando de ellas. Y otra vez varias tropezaron a nivel estatal cuando la oposición arrasó con las gubernaturas que perdieron los dos Duarte, Borge, Eugenio Hernández. Se decía que no serían más una referencia.
La idea se reforzó tras los estrepitosos errores en las encuestas del Brexit y el referéndum en Colombia, y los ejercicios actuariales del Trump vs. Hillary.
A las encuestas se les ha redactado y firmado el acta de defunción demasiadas veces. Sin embargo, están vivas y en este 2018 probaron ser la trama central de las campañas políticas. La narrativa tuvo como columna vertebral los resultados de los encuestadores:
Las estrategias de los candidatos (uno administrando su ventaja, otros compitiendo por el segundo lugar), los discursos, los debates en los medios de comunicación, las preguntas en las entrevistas a fondo o de banqueta, las opiniones periodísticas, todo, absolutamente todo tomó como referencia lo que las encuestas fueron marcando.
El domingo en la noche sabremos cómo les fue esta vez. Estoy seguro de que por mucho que fallen, sobrevivirán y mantendrán su poder.
SACIAMORBOS. El pasado 5 de diciembre, al analizar las implicaciones geopolíticas del sorteo del Mundial de futbol, expresé en estas Historias de Reportero: “la otra selección que tiene alto porcentaje de musulmanes es Suiza, que alinea básicamente a kosovares y albaneses… Políticamente, el partido más cargado de animosidad probablemente será Serbia vs. Suiza en Kaliningrado. Las tribunas estarán repletas de polacos, albaneses, serbios y rusos viendo a los serbios enfrentar a los descendientes de kosovares que huyeron en los años noventa por el conflicto separatista que desató una guerra genocida. Al menos seis de los seleccionados de Suiza son kosovares-albaneses nacidos en la entonces Yugoslavia o hijos de kosovares-albaneses que llegaron a Suiza en los noventa (Xhaka, Behrami, Dzemaili, Shaqiri, Mehmedi, Hadergjonaj), a los que se les suman dos de familias de origen bosnio también refugiadas (Seferovic y Gavranovic) y otros dos futbolistas de ancestros croatas (Drmic y Grgic)”. Pues sucedió: Xhaka y Shaquiri cumplieron el vaticinio y anotaron para darle la victoria a Suiza sobre Serbia. Al festejar los goles, hicieron con las manos el saludo del águila albanesa: una franca provocación para los serbios. A veinte años de Kosovo, buscaron venganza en la cancha. Por esa celebración la FIFA los multó con el equivalente a 200 mil pesos por persona.
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