El anuncio de quiénes conformarán el gabinete del próximo gobernador del Estado de México, Alfredo Del Mazo, es una clara pista de dónde está la cabeza de los priístas.

Lejos de asumirse líder de una nueva generación de integrantes del partido tricolor que quieren limpiar la imagen de corrupción y construir a una nueva organización que cumpla con las exigencias de la sociedad moderna, Del Mazo se presentó como el gran restaurador: resucitó de entre los muertos de la política a personajes, vínculos, historias que envían a la opinión pública el claro mensaje de que los dinosaurios no están extintos y no se van a extinguir, y que con él, el viejo PRI está a salvo, que lo más turbio del sistema tiene un bastión.

Así que ante una probable derrota en la elección presidencial del 2018, el futuro de este partido se anclaría fundamentalmente en el Estado de México.

Durante la campaña, todos los priístas de todas las edades querían subirse al barco de Del Mazo. Figuras de este partido se acercaron al candidato a ofrecerle apoyo, con el claro objetivo de que les debiera algo, de comprarse una especie de seguro de vida político por lo que pudiera pasar.

Ese temor fue una de las razones fundamentales que motivaron al gobierno federal a realizar el obsceno despliegue de recursos, trucos y mañas en la elección de junio. No podían perder esa gubernatura porque de ese presupuesto pueden seguirse alimentando, en ese territorio pueden vivir y a partir de la operación política sobre esa población pueden ser competitivos.

¿Qué pasa por la cabeza de los priístas? Que así se gana y así se gobierna. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. (Amén).

Parece que no pueden evitarlo, que está en su naturaleza, en su instinto, en su genética política. Es su querencia.

No sólo los priístas.

Los de López Obrador recién nos regalaron su propia vergüenza: salieron a defender al régimen de Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte.

Independientemente de lo que se piense de la expulsión del embajador norcoreano en México –una medida que motiva debatir qué papel debe jugar nuestro país en el concierto internacional–, más allá de que Donald Trump es un impresentable y su estrategia hacia Corea del Norte es infantil, el régimen de Kim Jong-un no merece otra cosa más que la condena.

Para los de Morena debería ser así hasta por estrategia electoral: cuando uno de los grandes temores que despierta López Obrador es su talante antidemocrático y autoritario, cuando tanto se le ha criticado por no condenar la dictadura cubana, por coquetear con la dupla Chávez-Maduro de Venezuela, qué necesidad de buscar la selfie con uno de los más desprestigiados gobiernos del planeta.

Un opositor como López Obrador o cualquiera de Morena, no existe y no ha existido desde que se fundó Corea del Norte (y la gobernaron primero el abuelo y luego el papá del actual presidente). Los que lo intentan son encarcelados o asesinados.

Pero los de Morena parece que no pueden evitarlo, que está en su naturaleza, en su instinto, en su genética política. Es su querencia.

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