El guía de turistas volteó de repente. Yo iba en el asiento de atrás del taxi y dijo, casi en secreto, con miedo, apuntando hacia una calle: “ahí vive Aung San Suu Kyi”. Un retén militar impedía siquiera alcanzar a ver la fachada de su casa.

Rangún, Birmania. 2005. Tuvimos que pasar rápidamente. Cualquier otra cosa hubiera despertado la sospecha de la dictadura militar que sometió a ese país por décadas. Los Generales, como se conoce a esa cúpula de aristócratas del Ejército.

La figura de Aung San Suu Kyi me resultó fascinante desde entonces. Decían que era como Nelson Mandela, pero en mujer y en Asia. La película La Dama retrata con pasión el drama:

Hija del padre de la patria, exigió democracia. La encarcelaron por eso. Gracias a la indignación internacional, Los Generales accedieron a que terminara su condena en su casa. No podía salir. Sus hijos vivían en Londres. Su esposo, un profesor británico, murió allá. Le ofrecieron ir a verlo cuando estaba desahuciado, a cambio de que no regresara. No aceptó. No la dejaron salir ni para recoger el Premio Nobel de la Paz: podía ir, pero ya no volver. Ella aguantó y aguantó en la lucha pacífica.

Evidenciada ante el mundo, la dictadura empezó a ceder. Muy despacito. Liberó a Aung San Suu Kyi, pero no le ha permitido competir por la Presidencia. Hace pocos años, su partido arrasó en las primeras elecciones democráticas, ella tuvo acceso al Congreso y desde ahí impulsó a uno de sus leales como Presidente. Ella se convirtió en número dos del gobierno. El cargo formal es Consejera de Estado. En realidad es la número uno.

Esa imagen casi inmaculada de La Dama se ha visto severamente manchada en fechas recientes. Los rohinyás en Birmania están siendo asesinados por el puro hecho de ser musulmanes. 400 muertos en plan limpieza étnica. En unos cuantos días, 600 mil huyeron despavoridos al vecino Bangladesh. Los rohinyás birmanos ni siquiera son ciudadanos completos, aunque hayan nacido ahí.

Los persigue el ala más extremista de los poderosos monjes budistas. Así de sonrientes y tranquilitos, los monjes son una fuerza política de un peso enorme en Birmania. Y su ataque a los rohinyás está de la mano de los militares, en una suerte de equilibrio de poderes reales. El asunto ya es catalogado por el secretario General de la ONU como “una pesadilla humanitaria y de derechos humanos”.

La Dama se ha puesto del lado de los malos: dice que no ve por qué tanto escándalo, rechaza que se estén violando derechos humanos y obstaculiza el trabajo de la ONU y las ONG. Tiene al mundo perplejo con su reacción.

Los especialistas no se lo explican de otra forma: también ella, para mantener su cargo, debe llegar a acuerdos inconfesables con monjes y Generales. Como si dominar Birmania fuera más importante que ser símbolo de la Humanidad entera.

De carne y hueso.

SACIAMORBOS. Los nuevos defensores de La Dama son Rusia, China y Egipto. Eso dice todo. Y claro que el gobierno ya firmó con China y Arabia Saudita que construyan un oleoducto y un gasoducto, además de un proyecto de explotación de gas natural, justo por debajo del pedazo de suelo birmano donde habitan los rohinyás. Cochino dinero.

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