Qué aburridos son los debates presidenciales en México. Están diseñados para que no sean relevantes, para que a la hora de votar manden los spots y la guerra sucia por encima del duelo de propuesta y carácter de los aspirantes.

Afortunadamente —quizá animados por el hartazgo de la gente hacia la política que puede derivar en una escasa participación en las elecciones— el INE empieza a dar pasos en la dirección correcta para flexibilizar los debates presidenciales, que hasta hoy son una suma de monólogos.

La comisión del INE encargada del asunto empezó a imitar los muy buenos ejercicios estadounidenses. De entrada ya determinó que sean tres, en distintas ciudades: Tijuana, Ciudad de México y Mérida, y que las sedes sean preferentemente universidades de prestigio. Ya sugirió que haya varios moderadores y que su papel sea más activo: que puedan exigir que los candidatos contesten y no salgan con evasivas, que puedan pedir más datos, repreguntar, obligar a la discusión cara a cara.

El pleno del INE debe resolver el asunto en los próximos días porque quiere evitarse presiones y dejar definido lo de los debates antes de que haya candidatos. Quizá ya sea demasiado tarde para evitar presiones. El presidente Peña Nieto ya sabe quién es su candidato. En el Frente PAN-PRD-MC actúan con Ricardo Anaya en mente. Y en Morena nunca ha habido duda. Así que el INE enfrentará presiones y fuertes, para acomodar los debates al gusto de los partidos y sus abanderados.

Ojalá resista. Porque el historial de las autoridades electorales (el INE, el Tribunal y en última instancia la Suprema Corte) no es bueno en esa materia y falta mucho por avanzar:

1.- Que no sea obligatorio que en un debate vayan todos los aspirantes. Con los falsos pretextos de la equidad y la pluralidad, tienen el mismo peso en un debate los que pueden ganar y los que apenas traen 3% en las preferencias. ¿Qué sucede en la vida real? Que antes del debate, los candidatos chicos pactan con algún grande para servirles de comparsa a cambio de alguna prebenda. En Estados Unidos, por ejemplo, el que no alcance el 10% en las encuestas no tiene derecho a estar en el debate. Podría explorarse algo así. O hacer uno de todos y los demás sólo de los relevantes.

2.- Que los medios de comunicación puedan organizar debates por su cuenta y fijar las reglas de éstos, como hasta ahora, pero sobre todo, que no estén obligados a dar el mismo espacio y tiempo a la chiquillada que a los verdaderos presidenciables. Que no se orille al medio de comunicación a ser cómplice de una mascarada de alianzas subterráneas.

3.- Que dentro del guión de temas y sucesión de participaciones, se dediquen suficientes minutos para la discusión abierta, de confrontación, de debate real, donde se puedan interpelar e interrumpir los aspirantes, donde se les vea el carácter y el talante, la firmeza y el respeto, la capacidad de argumentar y la capacidad de escuchar, donde el elector pueda medir el temple, el temperamento, la claridad, la valentía y la educación de los que quieren conquistar su apoyo.

Sólo algunas ideas.

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