Aunque ha generado alguna división de opiniones, la mayoría de la gente piensa que el nuevo formato de debate presidencial representa un avance muy importante con respecto a lo que estábamos acostumbrados a ver, lo vuelve mucho más atractivo y fomenta el encontronazo de propuestas y acusaciones entre los aspirantes.

Yo estoy de acuerdo con esa mayoría. Periodistas, medios de comunicación y sociedad civil hemos empujado por debates más abiertos y el de este domingo fue sin duda resultado de ello: el INE entendió y los candidatos comprendieron que debían ceder en sus pretensiones de formatos rígidos si no querían que les saliera contraproducente el ejercicio.

Para lograr lo de antier, se necesitó un conglomerado de reglas, relojes, bolsas de tiempo… una compleja estructura que se me hace que bien a bien sólo la entendieron una docena de personas. Afortunadamente entre ellas estaban Denise Maerker, Azucena Uresti y Sergio Sarmiento, los tres moderadores en cuyas manos nos pusimos todos los televidentes. Lo hicieron espectacularmente bien en lo que era un verdadero campo minado más que un reglamento. Los observadores fuimos entendiéndolo conforme pasó el tiempo y se repetían las dinámicas de interacción.

Esta compleja estructura de reglas y relojes facilitó que los candidatos aceptaran un formato más flexible, en el que esa flexibilidad fue lo suficientemente rígida para que les garantizara equidad.

Es comprensible que, en el camino de este aprendizaje, durante el debate hubo tropiezos, silencios, voces que se escuchaban a lo lejos, instantes de desconcierto, ideas y frases que quedaron truncadas, preguntas hacia quienes ya no tenían tiempo para responder.

Eso es fácil de solucionar si, después de este feliz experimento, los consejeros del INE y los representantes de los candidatos aceptan un formato de debate a micrófono abierto. Es decir, en el que los candidatos tengan un espacio para hablar sin interrupciones, para un planteamiento inicial, pero que luego se enciendan todos los micrófonos y se abra la discusión sin tanta regla para la interacción entre aspirantes: que se confronten, se enganchen, se acusen y respondan de frente, sin límites de 30 segundos o un minuto, que puedan terminar los planteamientos de réplicas y acusaciones, que puedan interrumpirse, y que los moderadores puedan preguntar los temas relevantes y obligar a que los candidatos no dejen asuntos sin contestar, observando que, al final, todos hayan tenido más o menos el mismo tiempo aire para hablar.

Se han llevado a cabo mesas de discusión así con dirigentes de partidos políticos y coordinadores de campaña, y han salido muy atractivas para la audiencia y muy, muy parejas en tiempo-aire por persona. No se vuelve un griterío porque los mismos participantes tienen incentivos para comportarse con desafío, pero con respeto al rival —eso lo premia la gente— y, en última instancia, los moderadores pueden ejercer su papel.

Así sucede en varios países del mundo. En México vale la pena seguir abriendo brecha en los debates. Generarán más interés en el público, que es a fin de cuentas el objetivo en una democracia que quiere mayor participación.

historiasreportero@gmail.com

 

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